miércoles, 22 de junio de 2011

primer capitulo de mi novela ecológico espiritual



-Vendrán tiempos inusitados y tú tendrás un papel protagónico en ellos- decía la agorera leyendo las líneas de la mano de Esteban Vasconcelos, que ni siquiera estaba interesado en oírla-.

Solo esperaba que  su nueva conquista amorosa, -una turista canadiense ansiosa de aventuras calientes con el primer latino que se le cruzara -, se sorprendiera de lo amable que podía ser con una desvalida. La colombiana disfrazada de gitana parecía más necesitada de dinero que interesada en decirle algo que pudiera cumplirse. Pero el pretexto era ideal para seducir  con lo de que también él estaba interesado en los menos favorecidos, en los países en vías de desarrollo, en la profecía maya y en la astrología topocéntrica. En Méjico habría utilizado la táctica de ofrecerse como guía turístico y amigo incondicional; y tal vez en la primera semana de acompañamiento ya habría conseguido añadirla a la lista de amantes extranjeras que atesoraba mentalmente, -con fechas y nombres de hoteles, playas y recuerdos entre  sábanas - , para evocar cuando necesitaba excitarse de su propia gloria. Pero estaba en Colombia y no conocía ni Villa de Leyva ni sus alrededores. Además la extranjera ya había hecho la expedición al “infiernito”, a la cascada “la periquera”, a los pozos azules y al resto de los lugares que le ofrecía el pueblecito colonial de calles empedradas con amonitas y fósiles vivos que hacían pensar en lo increíble: en ese lugar habían merodeado dinosaurios antes de que todo se convirtiera en un paisaje de montañas a dos mil metros sobre el nivel del mar. La intuición de macho le decía que era mejor destacarse como un sensible antropólogo graduado muy joven en la universidad Autónoma, que ahora hacía una especialización en sociología indígena.

La canadiense se llamaba Karen. Estaba fascinada oyendo ese acento francés con ritmo de locomotora que le indicaba que, -aunque no tan refinado como pretendía-, al latino no le faltaba inteligencia para ser buen conversador y demostrar  astucia. Ni a él ni a ella les gustaba el sexo sin un poquito de adrenalina intelectual. Y como un papagayo el no dudaba en repetir sonidos de cortejo citando a Rousseau, a quien ahora le presentaba como su autor favorito. Clasificado como un niño genio desde los tres años parecía el ejemplo de la generación de Índigos con genes adicionales que Karen opinaba que transformarían la injusticia global y derrocarían  a la banca internacional, mediante chats e intrusiones en las bases de datos secretas del pentágono. Podría ser cierto. A los veinte años ya tenía tres carreras hechas: bellas artes, biología marina y ecología. Le faltaba todavía estudiar ciencias políticas, ingeniería naval, física de superconductores, holografía aplicada a las comunicaciones, literatura europea, filosofía norteamericana con énfasis en Thoureau y psicología comunitaria con enfoque Transpersonal. Pero la vidente pensaba que todo eso lo conduciría a un destino impensable. Le dijo, haciéndole notar que no era una simple Hippie inculta que trataba de ganar unos pesos para conseguir más cannabis:

-Serás una especie de conjuro que utilizará la madre tierra para salvarse. Y de ti dependerá el desenlace final de lo que se avecina. Cada vez te comprenderán menos. Tus muchos conocimientos te convertirán en el único de tu clase; una rara combinación de capitán Nemo, Jacques Cousteau, Proudhon el anarquista y Carl Jung.

Las frases lo entusiasmaron. No solo elevaban su imagen para mayor admiración de Karen, que desde hace rato babeaba de solo mirarlo, sino que se estaba comenzando a intrigar. ¿Cómo era posible que citara precisamente a sus ídolos, de los que tenía afiches pegados por toda su habitación cuando tenía  siete años de  edad en Cuernavaca? En una frase esta desconocida le estaba arrebatando a Karen toda la atención del hombre que había estado marinando para llevar  a la cama. Si, el siempre había soñado con un viaje por lo profundo de los mares alrededor del mundo descubriendo civilizaciones perdidas y dando ejemplo en arqueología submarina.  Claro, también desde los tres años lloraba desconsolado al ver los reportajes sobre las matanzas de delfines y las extinciones de los arrecifes coralinos. Creía que los banqueros y todos sus títeres mundiales ataviados de democracias gubernamentales eran el peor obstáculo para solucionar los problemas que la humanidad se estaba causando a sí misma y al planeta. Y pensaba que solo una profunda transformación interior de miles de individuos comunitariamente organizados que lograran integrar los aspectos oscuros de la psiquis; sería capaz de hacer viable que el ser humano evolucionara.

-¿ Y a que más  te dedicas , fuera de leer el futuro ? - le preguntó con un tono de voz coqueto a la Colombiana-.

-Vivo con los indígenas Koguis, en la sierra nevada de Santa Marta – le respondió-. Me llamo Olga Lucía –agregó extendiendo la mano suelta como una dama antigua.

Esteban se presentó y la invitó a sentarse con ellos. Karen disimuló su rabia y le hizo espacio para que colocara la mochila sobre la mesa. Pidieron más mantecadas y jugo cremoso de Feijoa en leche, que en la tienda de Teresa era un manjar. Y pronto Olga Lucía se hizo objeto exclusivo del interés de Esteban con un monólogo que sacó de quicio a la canadiense. Esta, luego de admitir que no podría decir cosas más fascinantes que su nueva rival, inventó una cita con una amiga en la plaza para forzar a Esteban a decidir si la acompañaba o no. Pero apenas si logró un  « nos vemos entonces luego » y salió furiosa sin pagar. De allí en adelante no solo los de Esteban sino todos los oídos de la gente en el establecimiento solo pudieron servir para escuchar la voz suave, arcana y segura de la mensajera de los mamos, que la habían autorizado para transmitir la mitología que hasta ahora había sido tradición secreta.

-Hay una isla en el mundo –comenzó diciendo- , que no ha sido detectada por ningún gobierno ni forma parte del territorio de alguna nación. Las leyes de la naturaleza que tú crees que son inmutables no rigen allí en sentido estricto. A sus habitantes les pasa más rápido todo lo que se imaginan. Son más inocentes. Tienen saberes. Se pertenecen solo a sí mismos. Barcos y aviones han llegado allí en los últimos siglos, pero alguna magia los protege y nadie anota las coordenadas geográficas, ni intenta volver, ni añora hacerlo. Cuando se la topan los viajeros dejan en ella mercancías, les llevan noticias a los pobladores, comparten conocimientos recientes que la humanidad ha producido, enseñan idiomas o venden tecnologías que a veces  algunos isleños aprecian. Pero  no reciben de los lugareños nada  a cambio que no sea polvillo de oro amarillo que se recoge con facilidad de ciertos  ríos  secretos. Los mamos de la sierra,- que como tu bien sabes son los ancianos sabios que nos guían-,   han ido a la isla  en sueños lúcidos, guiados por espíritus que tienen a su vez contacto con los seres antiguos de los mares. No han estado físicamente allí porque no necesitan oro ni son navegantes inoportunos sino guardianes de la madre tierra. Solo quieren el saber. Y lo han obtenido. La madre de una niña llamada Laura Blas Valera, que ha nacido en esa isla, les ha dicho en sueños a nuestros hermanos mayores, los Koguis,  que dentro de un tiempo habrá alarma en el mundo por el cambio climático y la extinción de vida. Movidos por su egoísmo, es decir, notando el impacto económico que eso tendrá, los presidentes de todos los países se pondrán de acuerdo en realizar una convención de emergencia en París. Esto ocurrirá cuando tú, Esteban, hayas terminado de estudiar muchas cosas que te servirán para liderar una comunidad integrada por personas muy escogidas. Las veo juntas luego de mucha preparación y mucho trabajo en secreto porque ya llevan décadas haciendo algo  a escondidas de los periodistas y de todas las autoridades mundiales. Esas personas han tenido información desde hace siglos, -inclusive desde hace milenios-, que no siempre saben cómo interpretar o usar, pero que han valorado y guardado para este momento. Tú los guiarás mejor que nadie. Emprenderás un viaje como el que has soñado, porque naciste para eso.

La mujer hablaba segura de estar siendo escuchada por todos:

-Pero tu principal obstáculo para ayudar a la humanidad será tu excesiva confianza en ti mismo. Te quieres demasiado y es comprensible porque reúnes muchas cualidades y sabes mucho. Pero no sabes nada. Tienes que aprender lo que no se enseña en lugar alguno y solo lo lograrás olvidando, aunque todavía necesites llenarte  de mucha basura que te enseñarán las universidades y los libros. Conocerás a una mujer que solo lentamente reconocerás como tu maestra y que te guiará a ti  y a tus amigos adonde los necesite la tierra. Ella hará lo principal del cambio. Lo hará en nombre de todas las mujeres del pasado que han sido relegadas a un segundo plano, por la fuerza bruta y los celos de los machos y en contradicción con los principios de la vida. Pero tampoco ella podrá lograrlo sin que los hombres pongan de su parte. Eso dependerá de cómo le haya ido a un habitante de la isla al que también conocerás y del que no tenemos noticia porque cuando los ruidos de los transatlánticos interrumpieron la comunicación entre los cetáceos también se volvió imposible que los mamos tuvieran noticias de la isla. Ese hombre se llama o va a llamarse en su debido momento “Swami”. A Swami le será mostrado el origen de todas las cosas. Buscará dentro de sí y descubrirá la vida. Sabrá entonces que la civilización actual es miedo, muerte y ceguera. Así podrá romper las normas que se cumplen en el sólido juego tridimensional. Como un virus recién diseñado sólo entonces podrá contagiar a los demás. Lo hará sin que nadie lo note y sin que el mismo lo sepa. Pero tendrá que pasar pruebas de soledad y agonía. Pensamos que tiene que haber logrado ya por estos días,-en su corazón-, una proeza alquímica de la que depende que todos los hombres de su isla primero, -y luego los del globo terráqueo-,  caigan en cuenta de un grave error. Nada importante bueno o malo ocurre en el mundo sin que en la isla se den los primeros pasos. La aldea global no afecta a la isla , pero esta sí es capaz de emanar influjos. Por ejemplo las mujeres en toda la tierra fueron despreciadas solo luego de que lo mismo ocurriera hace tiempos en la isla, sin que nadie se diera cuenta de lo fatal que eso sería para todos. Por eso vino la retaliación feminista que es un error igual de grave. Quizás ocurrió como reflejo de una armonía perdida entre hombres y mujeres de la isla. Pero tal vez estén ocurriendo acontecimientos allí que sean la explicación de que la mujer esté tomando conciencia de su útero y del poder que  hay en los senos que nutren. Algún día los hombres se pondrán de rodillas ante una orquídea florecida en una cueva bendita, no para penetrar en ella como expedicionarios aguerridos a  profanar tesoros, sino para dejar ofrendas borrando sus huellas antes de salir de puntillas.

Esteban no estaba listo para comprender ni para recordar las palabras de Olga Lucía,  que  parecían venir del otro lado de la tierra. Tenían una connotación remota, ancestral, a la que costaba trabajo resistirse. Estaba hipnotizado. Y esta vez no por su falda semitransparente hecha en India que insinuaba unos sabores de piel que nunca había probado; sino por la forma de expresarse. Un intelectual como él no podía tomar en serio un discurso profético. Más bien estaba entrenado en identificar a tiempo trucos neurolingüísticos con los que los predicadores hacen adeptos y consiguen diezmos. Estaba dividido. Por una parte intrigado, atrapado en un sueño que había sido el suyo desde que era niño y fantaseaba con lugares imposibles mientras leía a  Herbert George Wells y a Julio Verne. Por otra parte, escéptico. Además, furioso. Por hacer caso  a una loca de remate, Karen se había ido. Y seguramente costaría mucho trabajo reconquistarla de nuevo, si es que no estaba ya echándole el ojo a un nuevo prospecto. Esto era una pérdida estúpida de tiempo y un error imperdonable en un proceso de galanteo. Y no había venido a  Villa de Leyva para mirar atardeceres, sino porque le habían dicho que estaba llena de extranjeras jóvenes cansadas de sus vidas aseguradas en países fríos, que querían rebelarse  contra sus padres y viajar a Suramérica para tomar el sol y tener amantes.

Miró el reloj. Habían pasado tres horas en una fracción de tiempo. Le dio unos dólares como aceptando el negocio de haber sido estafado a cambio de unos cuantos consejos, sorprendido de notar que su improvisada consejera los rechazaba indignada. Pensó que no era su día. Encima de la molestia que le había causado a Karen, tendría que reponer también la falta de cortesía que le estaba mostrando  a la agorera. En todo caso se había puesto hiperactivo de nuevo. No era usual que pudiera quedarse tres horas sentado en un mismo sitio. Le dolían ambas piernas. Ahora quería deshacerse de Olga Lucía e ir a la plaza mayor  a hacerse el distraído para encontrarse con la canadiense por casualidad. Pero también quería dejar las puertas abiertas para volver a ver a la colombiana, no para que le dijera más sandeces en ese léxico religioso que le irritaba tanto; sino para volver  a escuchar ese tono del discurso que parecía la voz de una civilización antigua hundida  en el fondo de los mares. Se encontraría con Karen unas horas después y sin dificultad la convencería de probar juntos una habitación de  hotel que ya  tenía negociada, cuyas paredes estaban hechas de botellas de colores  recicladas en vez de ladrillos. Pero no se encontraría con la mensajera de los Koguis ni preguntando por ella en las principales posadas de precios bajos, ni caminando por la “calle caliente” llena de almacenes de artesanías, ni volviendo varias veces en los puentes festivos de ese semestre de estudios. Faltaba mucho tiempo para que recordara sus palabras una a una, con la precisión imborrable de las letras que se esculpen en granito fino.