Por Fernando Baena Vejarano
¿Sabes que es la uterosofía?
Esta tendencia transcultural aún no bautizada que se escabulle entre los
dedos de la mano como agua fresca, que no quiere que la atrapen en recipiente
alguno, que circula silenciosa para susurrarlo todo sin ser detectada, que se
disfraza aquí y allá para conservarse libre,
toma su nombre del órgano donde se gesta, se protege lo que ha de nacer;
donde somos uno con el líquido amniótico
que es el mar mismo, origen de vida. De allí todo procede, allí se desenvuelve
el embrión mientras repasa las etapas de la evolución misma. Uterosofía es el
antónimo de falocracia. Venimos del imperio del falo, el pene, simbólicamente
asociado a la espada, la conquista, la guerra, el dolmen, los rascacielos
bancarios del poder masculino. Venimos de la creencia que coloca lo bueno
arriba y lo malo abajo, del símbolo aspiracional vertical de las iglesias que
quieren desprenderse del mundo para alcanzar los cielos porque sienten
vergüenza de lo telúrico, lo terrenal. Oponemos a esta constelación simbólica,
épica, heróica, la de la oscuridad primigenia, la del órgano de la paciencia
gestante, mochila, depósito, copa, cuenco, vientre.
La uterosofía no es feminismo, no es revanchismo de las mujeres hacia los
hombres, porque la revancha es
precisamente la estrategia de lo masculino excluyente. No es que no ayude leer
a Simone de Beauvoir, todo lo contrario. Hay que ir a las fuentes de la crítica
al patriarcado. Habrá lugares y momentos en los que habrá que pasar por el
contundente empoderamiento político del cuerpo y del poder femenino, donde la
tendencia patriarcal sea refractaria a la necesaria antítesis. Pero la
uterosofía imagina un horizonte aun mejor, en el que no se necesite la fuerza
de la revuelta sino la dulzura del diálogo. Su apuesta es que la exaltación de
lo femenino transformaría el mundo. Toda luz produce sombra y a cada género se
le debe observar por ambos lados, cara y sello. No es que la mujer sea luz y el
hombre oscuridad, no se trata de eso. Hasta se entiende que por miedo a la fase
tenebrosa de lo femenino el patriarcado medieval se haya levantado como un engendro
ginofobo y misógino. Había que despertar a la razón, oro que sale del mercurio
del instinto. La agresión melindrosa de lo femenino es peligro profano, pero
también la exhibicionista fuerza del argumento masculino es poder encubierto de
despotismo ilustrado. La sombra del hombre es su individualismo, y la luz de eso es la originalidad y el
empuje del genio. No hay menos rabia en la venganza silenciosa de una mujer que
en la evidente traición de un hombre que pega un puño sobre la mesa, y hasta
puede uno preguntarse cuál de las dos formas de agresión supera en sevicia a la
otra. Ni es menos tierno el gesto del hombre que sale a conseguir la leche para
el niño a punta de una jornada de obrero, que la canción de cuna de la mujer
que canta mientras el bebé se duerme.
Un uterósofo, en vez de monumentos en piedra, levanta monumentos en agua
corriente, cristalina, que pasen fugaces por el cedazo del tiempo, a diferencia
de las grandes pirámides. No desea la gloria, no conquista como Alejandro
Magno, no rinde culto a Napoleón ni identifica la historia con las hazañas de
los victimarios. Retoma a Carl Jung y revisa su teoría de aninus y ánima. No se
regocija en desfiles militares, porque desdeña el patriotismo para preferir el
matriotismo. Exhibe flores y danzas en vez de tanques de guerra. No propone
idolatrías ni políticas ni religiosas, porque desconfía de mesianismos y
heroinas. Mira con tristeza los sacrificios mayas de corazones selváticos, las
sangres derramadas -tanto las de los vencedores como las de los vencidos. No
cuenta guerras para inspirar a nadie ni dice que el valor tenga relación alguna con el acto suicida del
kamikaze. La uterosofía es una estética de la esperanza, que ojalá tome cuerpo
en poemas y pinturas, en artes plásticas y obras escénicas, novelas y
películas. Se sabe idealista, porque prefiere la dificultad de lo posible al
cinismo de los que abdican justificados en esa falta de voluntad transformadora
a la que llaman “realismo”.
Junto con Claudio Naranjo y otros terapeutas que descubren que la
neurosis es la médula osea del patriarcado, los uterósofos proponen la
liberación de la sombra para su transformación en luz verdadera. La luz del
racionalismo productivista y depredador es hipócrita y doble, destruye cuando
promete construir y violenta la relación con la tierra patria, la tierra
matria, cuando asegura que un mejor futuro será posible llenando de plásticos
los océanos. La uterosofía privilegia lo vivencial sobre lo teórico en la
transformación humana, y busca sus bases teóricas en diversos autores:
filósofos, fenomenólogos, psicólogos, antropólogos, historiadores. Goza de lo
curvo, sospecha de lo rectilíneo. Supedita la eficiencia a la paciencia.
Antepone la formación a la información. Cree en procesos, no se afana por
resultados. Valora lo gratuito, reinventa el canje y el trueque, intenta
recordar que todo trabajo se valora y que valorar no es necesariamente pagar
con papel moneda. Investiga y critica la estructura y conformación de las
sociedades agrarias, y evoca con nostalgia algunos elementos de la humanidad
nómada, cazadora o recolectora, que no funcionaba sobre el concepto de
territorio, propiedad privada y conquista de lo ajeno. Duda del monoteismo y de
la monogamia, pero no se refugia en sus contrarios como si fueran panaceas.
Piensa que el macho está mandado a recoger, y que le hace falta recorrer todo
un camino para redefinirse. No propone que la mujer sea una amazona. Se extasia
en el agua que corre por las quebradas y en el agua de las mareas azorada por
las inhalaciones de la luna. Comprende que los últimos quince mil años de la
historia humana tenían que ser los del dominio de la cosmovisión patriarcal,
pero reconoce que ahora, en pleno siglo XXI, en la era de la información,
trascendida la era industrial y la era agraria, ya no hay bases para que tenga
que perdurar el dominio de los sistemas sociales jerárquicos y belicistas. La
testosterona es inclusive peligrosa para la supervivencia del ser humano en
este planeta, ha dejado de ser una buena estrategia para este primate.
La uterosofía reconoce que las culturas matriarcales y ginolátricas se
relacionaban mejor con la vida, producían simbologías que son más saludables al
inconsciente que las que nos intoxican con maniqueismos judeocristianos y
grecoromanos. Coquetea con los simbolismos del regimen nocturno del francés
Gilbert Durand. Confía en la institucionalidad pero evita la burocracia,
prefiere lo doméstico sobre lo masivo y el contacto interpersonal sobre el
mediatizado. Advierte que la revaloración de lo femenino no debe convertirse en
un reverso revanchista del patriarcado, porque no se trata de cambiar un
sistema de opresión por otro. Empodera a la mujer, y le pide al hombre que
redefina lo que significa empoderarse. Antepone a Herbert Marcuse sobre Sigmund
Freud porque anhela una re-erotización del mundo y la ve posible. No podría no
ser hermana de la ecosofía, otra disciplina que hay que inventar para que el
amor por la vida no se convierta en mera ingeniería ambiental ni en simple
tecnología de los sistemas energéticos limpios y renovables. La uterosofía lee
a Morris Berman y a Humberto Maturana, a Merleau Ponty y a Gaston Bachelard. Se
esfuerza por percibir los lazos solidarios, la empatía, la solidaridad y la
colaboración entre especies como leyes naturales tan reales como las que el
darwwinismo subrayó, en una época en la que la ley del más fuerte era
sospechosamente también la ley del capitalismo industrial. Reconoce al cuerpo
como alma de nuestra esencia personal, y lo resacraliza. Es afirmativa de la
vida, como lo propuso Bhagvan Rajnesh (Osho). Se nutre de las tradiciones
orientales y ancestrales que no tuvieron que rechazar, sino que muy al
contrario abrazaron la sexualidad como puente hacia el infinito. Desconfía de
cualquier sistema social que esclavice laboralmente para imponer la religión
del consumo. Propone que se investigue también en la historia oculta de
occidente, la que consiste en la represión sistemática y estratégica de lo
erótico y lo somático, la que se basa en la represión de la aspiración humana
hacia la unidad, la totalidad y la fusión amorosa. No habla de entidades, sino
de holones. Repasa a Nietzche , pero vislumbra una manera femenina mucho más
poderosa de contemplar al futuro Zaratustra. Ve el todo en la parte y le pide a
la parte que cambie para que mejore el todo. Delata el eurocentrismo, se ríe de
todo fascismo soterrado o explícito. Propone holoarquías en vez de jerarquías,
al son de Ken Wilber. No desconoce que podríamos involucionar en vez de
evolucionar, porque resulta sospechoso que todo imperio haya tenido siempre su
etapa decadente. Si llegara a ocurrir alguna versión del apocalipsis, la
percibirá como oportunidad para acelerar la toma de consciencia. No confunde personas con números ni procesos
sociales con estadísticas, pero le da su lugar a la abstracción como
herramienta. Sabe que no será fácil la transición a un mundo nuevo con un nuevo
paradigma, y que este no descenderá del cosmos como por arte de magia, sino con
un arduo trabajo cultural de conscientización, porque no se trata de algo así
como el cumplimiento mágico de una profecía maya ni de una necesidad objetiva
de la historia. La historia no parece obedecer a leyes objetivas, como ya
comprobaron los marxistas a los que les salió el tiro por la culata llamado
neoliberalismo. Confiamos demasiado en nuestra supuesta superioridad como
especie.
La uterosofía se nutre de la interiorización, la meditación, la educación
para la sensibilidad, el afecto, la inteligencia emocional, el arte, la
recuperación de la ternura, la devolución del bebé al contacto de pieles
con su madre y su padre, origen de la
seguridad ontológica y fuente del equilibrio psicológico futuro. Le da vientre
también a la ciencia, la tecnología, la economía, para permitirles redefinirse
no en torno a la rigidez de la lógica ganancial, sino de la dimensión que más
nos humaniza, la de reconocernos y protegernos los unos a los otros. Propone
nuevos modelos educativos. Pone en su sitio la devoción ciega a la tecnología,
la informática, la cibernética. La vida es, más que información, consciencia.
Un uterósofo dialoga con nuevas
comprensiones sobre sexualidad, género, roles, inclinaciones e identidades, pero no considera que de por
sí basta con liberar, tolerar, respetar y nutrir al individuo para que tome la
identidad que prefiera y sea más consecuente con su naturaleza y
predisposiciones. Es necesario que la flexibilidad moral se traduzca en algo
más que un nuevo tipo de hippismo, que el ser humano desarrolle la voluntad
creadora tanto como que viva a plenitud los placeres del instante. La
uterosofía no puede convertirse en una versión nueva del romanticismo, ni en
emblema de soñadores, escapistas, vanguardistas sin causa, rebeldes por la
simple emoción de la rebeldía. Es una hermana de la topofilia, una uterosofía
planteada por Carlos Mario Yori para aprender a habitar el mundo. Luchar contra
un sistema social y económico opresor no equivale a escabullirse de los retos
mundiales. El neoruralismo tendrá que hacer propuestas neourbanas, el tantrismo
tendrá que proponer no solamente la consciencia atenta como panacea para el
sufrimiento, sino también las reformas políticas y económicas que permitan que
el trabajo se vuelva compatible con la contemplación y que los sectores
productivos se trasladen a espacios humanizantes y prácticas equitativas.
La uterosofía es una categoría propuesta por Fernando Baena Vejarano,
filosofo y escritor experto en nuevos paradigmas, autor de 26 libros
disponibles online en www.autoreseditores.com. Una categoría se crea para definir un punto
de vista que otras categorías no han cubierto, se necesita que exista porque
otras palabras no encierran los mismos componentes ni los articulan del mismo
modo. Y uterosofía no es ecofeminismo, ni espiritualismo, ni neochamanismo, ni
otros ismos muy valiosos cada uno de ellos. Crear una nueva categoría es crear
un truco para volver a decir lo ya dicho, pero de tal manera que ilumine la
intuición de nuevo, porque todo resulta nuevo cuando se dice de otro modo.
Ser uterósofo te da identidad pero no te sectariza, porque incluye tantas
dimensiones de cambio y transformación que puedes seguir la pista desde donde
quieras para llegar a nuestro común destino: una nueva humanidad, tarde o
temprano, porque con una humanidad como esta no hay futuro posible. El gran
útero es la vacuidad, la ausencia de ego, la naturaleza del Buda, la
inexistencia misma de substancias e importancias. Ser uterósofo te ofrece
identidad cuando te la quita. El gran vientre es misterio y aletheia. Tiene su
arraigo en la errancia, pero no en la liquidez del anonimato, el uso y abuso
mutuo y las relaciones huecas. Nos sentamos en el piso, nos untamos de tierra.
No nos interesa encumbrarnos en un sillón victoriano a cuatro mil metros de altura
sobre la plebe. Si quieres uterosofar, entra en red con este movimiento
libertario sin líderes, descentralizado, progresivo, sutil, que sorprenderá
alguna vez al mundo, que no se volverá ojalá producto de mercado ni cursillo de
crecimiento, -aunque tendrá que encontrar también cómo difundirse; que no debe
ser asimilado como una moda más para canalizar juventudes y entusiasmos, para
volverse marca registrada ni para dictar cursos y certificaciones, que no será
otro negocio contracultural, que se podría transmitir como un virus inasible,
poderoso, asintomático y , por fin, real.
Traigamos a la red al mamo, al sadhu, al anacoreta, a la virgen; pero
también al casanova, al bohemio, a la prostituta, al adicto. Invitemos al de
corbata y al de ruana, al de mecha larga y al bien peinadito. Pidámosle su
colección de estampillas al que opina que todo pasado fue mejor, para que
se las muestre al hacedor de
inteligencias artificiales que promete que la felicidad será inmortalidad
ganada a punta de mutaciones de los genes.Todos aportarán lo suyo. Ya de hecho
somos todos esta red de anónimos uterósofos que no sabíamos etiquetarnos con el
órgano que nos gesta. Mejor por ello. No debes nunca decir “soy uterósofo”,
porque es una identidad secreta, que no tienes para exhibir para sentirte
superior y diferente, sino para volverte corriente como un practicante sufi, a
quien nadie, -justamente por eso-, reconoce.
Hoja de Vida:
Fernando Baena Vejarano (Bogotá, 1964) obtuvo una
Maestría en Creación Literaria en la Universidad Central en el año 2016, con la
novela de anticipación “Reloj De Una Misma Arena”. Finalista del concurso
interino de novela corta del segundo taller de novela corta del Centro Cultural
Gabriel García Marquez (2013) con la primera versión de la novela blanca “El
despertar Del Colibrí”. Tres novelas impresas, cuatro disponibles online.
Publica la novela ecologista “Esta Isla de Ecos Azules” en el año 2011, de la
cual prepara actualmente una versión para público juvenil,y en el año 2014
"Lo más íntimo de la Tierra" -novela pedagógica de ficción esotérica.
Ha sido miembro del Taller de Escritores de la
Universidad Central (1983) , del Gimnasio Moderno (1980 y 1981) de la
Fundación “Alejo Carpentier”(1983-1987, y del taller de narrativa de la
librería Luvina (2013). Escritor de libretos de teatro, dos tesis filosóficas
(pregrado y postgrado) y una novela urbana (1975-1987). También ha sido
periodista y articulista de las revistas “Universitas Philosophica”, “Revista
Javeriana” y “Notas de Luz” (1992-1999). Publica el libro de ensayos sobre
desarrollo humano “El Retorno a lo Sagrado” en el año 2000. Contribuciones
en Magazín Dominical, periódico El Tiempo. No solamente escribe literatura de
ficción. Tiene 26 libros disponibles online sobre temáticas filosóficas,
sicológicas, libros de cuentos y ensayos de crítica literaria en (www.autoreseditores.com).Catedrático universitario desde 1988, es también psicoterapeuta transpersonal
(especialización de 500 horas, Fundación Vértice, año 2005). Experto y asesor
en inteligencia intrapersonal, en el canal “City T.V.” (2005-2011). Es filósofo
de la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia; y bachiller del Gimnasio
Moderno.