martes, 23 de abril de 2024

Poema ganador del Premio Nacional de poesía Casa de Poesía Silva 2022 en Colombia

 


 


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Sedentario

 

Por Fernando Baena Vejarano

 

 

 

 


 

Tú nunca viajas donde debes.

 

Yo, por mi parte,

no he ido a oriente medio;

no conozco la luz del sol en fuga,

ni visto nubes que manen leche de cabra;

no me han acosado mercaderes con turbante

voceando mi nostalgia.

 

No he olfateado un bazar cuyas tiendas

llenas de perfumes, joyas, telas,

estén a punto de cerrar.

 

No he regateado por un tapete en Capadocia.

 

Mi cuerpo no ha sido secuestrado a pleno amanecer,

por una luna,

llena,

despistada;

que ya no debiera estar despierta,

a la que el sol no la quiere de rival

tras las pirámides.

 

A diferencia de ti

no he sido zarandeado por los vientos furiosos

que soplan por las oquedades de un cañón

muy colorado.

 

Si me preguntan por Marruecos,

a las mujeres de allá no las he visto;

aquí sabemos que se cubren el rostro, los hombros,

y que por eso han aprendido a decirlo todo

con miradas ojiverdes.

 

Trepado en un globo aerostático

no le he dicho adiós

a mi rutina de dar leche a mi gata

al pie de la nevera.

 

Al cielo no he subido;

No conocí la cima en la que se posó el arca;

no he montado en camello;

en cuatro patas no he escalado agujeros

excavados

por cristianos perseguidos

hace milenios.

 

No he asistido de pie a ceremonias religiosas

celebradas entre paredes curtidas de recuerdos,

fosas secretas,

crucifijos,

piedras esculpidas de certezas,

grafitis pintados con la sangre misma que rodó por la cruz.

 

En catacumbas tibias

húmedas fosas

y coliseos en ruinas

no he respirado las voces fantasmales

de parejas que se amaron,

se esperaron por años,

o se añoraron furtivas

mirando pasar las caravanas.

 

Mi ruta de la seda es ir de compras a la esquina

gozar mi tristeza de café y galleta

la tarde de un domingo bogotano.

 

El viaje me es ajeno.

 

No veo repetidos los rostros musulmanes

rezando hoy las mismas letanías

desde minaretes milenarios.

 

Otras cosas son mi mundo

mi estrecho del Bósforo es la carrera trece

mi catedral Santa Sofía se renueva

cuando en mi casa de tres pisos reparo una gotera.

 

No necesito binoculares

para perseguir los pasos de las dunas.

 

Por recordatorio de la historia tengo una plaza llena de palomas

de un Bolívar

muy posterior a Constantino.

(nunca soñó con cruces vencedoras

ni precedió a los papas

ni puede atribuírsele la redención

de multitudes martirizadas).

 

Cuando salgo de mi casa no veo ese mar ignoto, apacentado,

por el que han navegado fenicios, persas y griegos

o en el que se han escondido submarinos nazis.

 

A diferencia de ti,

recorro un andén

rodeo charcos para evitar una gripe,

busco nubes

y extraigo de mi morral un paraguas.

 

Tu has ido al pasado.

Yo ni siquiera viajaré al futuro

a compadecer cibernautas y furias climáticas.

 

Sin embargo, ya tengo mi venganza.

 

Allá

donde estás tú,

hoy

de viaje

y aunque te pese,

tampoco habrá movimiento.

 

La verdad sea dicha,

nunca has cambiado de sitio.

Congelada, siempre buscas donde no toca.

 

Siempre viajas sin saber que tu llegada

es mi punto de partida.

 

Esto nuestro

que flota

entre traslados,

utopías,

imposibles;

lejanías

y distancias.

 

 

 

 


 

Anatomía del mesianismo

 



 

Por Fernando Baena Vejarano

 

Quisiera elaborar desde los aportes de la psicología Transpersonal un comentario de advertencia, no contra el ejercicio del liderazgo, sino contra el mesianismo en todas sus formas. Y  va dirigido a la comprensión de los antiguos paradigmas que aun dominan nuestra aldea global, nuestro planeta occidentalizado, hábitos que enmarcan una anticuada y ojalá  muy pronto obsoleta forma de enfocar los problemas políticos y sociales. Hablo de la cosmovisión patriarcal y de los imaginarios idealistas que creyendo perseguir un bien universal terminan evangelizando con violencia y maltrato a los que precisamente querían salvar. Mi principal interés no consiste en hacer un análisis político -materia en la que me considero bastante ignorante-. Intento no dar una opinión ni de derecha ni de izquierda. Simplemente me obsesiona comprender los mecanismos psicológicos subyacentes a los fenómenos de  masas y sus riesgos cuando producen estampidas de fervor patriótico y religioso. Siempre he pensado que sólo en apariencia somos un mundo civilizado, que la sombra del primitivismo tribal se asoma y amenaza con frecuencia el relativamente estable orden mundial –como cuando la nación alemana dejó crecer en el vientre de su música culta, sus filósofos humanistas y sus costumbres hogareñas el cáncer del fascismo.

 

La historia se repite: el Che Guevara o Abraham Lincoln, da lo mismo. No importa si se trata de un jefe religioso o político, no importa si ocurre con Michael Jackson. Lo sorprendente es que los hinchas de un concierto de Rock se comporten como los idólatras de un equipo de futbol, que la experiencia de estar en un congreso anual de juventudes hitlerianas pueda cumplir la misma función emocional  que la de recibir al nuevo papa. Y que se llore con la misma histeria a Eva Perón y a Pelé o al cantante vallenato. Lo que me interesa es el fenómeno del liderazgo y las respuestas religioso/políticas. Lenin, Stalin eran  ídolos religiosos, aunque se tratara de religiones ateas, seculares.

 

Desde que haya adoración, idealización, emocionalismo; y una institución fundamente su autoridad en unos ideales que su líder defendió, sintiéndose con derecho de apabullar, perseguir  y acallar activa o pasivamente a los que opinen diferente, estamos hablando de fundamentalismo. Hitler  fundó y sacó adelante una religión secular: el nazismo, constituido por unos ideales, una ideología, y un sentimiento de “poseer la verdad” y tener el derecho de imponérsela al mundo. El mecanismo es el mismo: yo y los de mi grupo somos mejores que los demás y su grupo, que son nuestros enemigos. El mundo se divide en dos: chavistas y traidores a la patria, hinchas de millonarios y cobardes langarutos, católicos y  pecadores. O estás con nosotros o te vas de tu tierra. Es muy satisfactorio que los seres humanos queden repartidos en dos categorías y muy sospechoso que uno quede siempre del lado de los inteligentes, los arios, los piadosos, los socialmente comprometidos, los que si amamos al país –términos superlativos-; mientras que los demás quedan rebajados a ser los judíos, los burgueses, los comunistas, los inmorales –términos despectivos. Nosotros somos los buenos, ellos son los malos, y pare de contar. ¿Por qué es tan tentador pensar de este modo? Recordemos que Adolf Hitler subió al poder por votación democrática y que no siempre que hay votaciones hay democracia. La democracia significa igualdad de oportunidad mediática para hacerse oír por el electorado, supone  la independencia del poder ejecutivo respecto del legislativo y judicial. Cuando un partido político sube al poder y cambia la constitución a su antojo, y se vuelven indistinguibles el gobierno y el partido, ya no se está garantizando el derecho a la igualdad de fuerzas en el debate político.

 

Un mesías político y un mesías religioso cumplen con la misma función psicológica: prometen la felicidad. Por eso vemos que se adore como a un santo a un político fallecido, o que se le otorguen poderes políticos a un líder religioso. Por eso la iglesia católica cumple un papel político en el mundo y por eso mismo Hitler era un alto jerarca de la iglesia nazi. Las euforias colectivas son psicológicamente semejantes para los que ven ganar a su equipo de futbol preferido, y los que ven nombrar o hacen proselitismo por su nuevo líder religioso o político. Es la misma mentalidad, la mentalidad de la antigua era, la mentalidad del individuo que necesita un ídolo. Es triste ver que millones de  seguidores de un líder mesiánico no estén educados lo suficiente  como para la racionalidad del debate dialogante. Cuando no se ha recibido educación filosófica y científica, cuando no se ha promovido la libertad personal ni se le ha inculcado al educando que construya  sus propios  criterios, cuando las bajas condiciones económicas y la presión de la supervivencia no le han permitido a un grupo humano formarse para usar la corteza cerebral; entonces los asuntos de una sociedad se resuelven mediante la manipulación de las emociones. Se sabe que cuando tomamos decisiones emocionalmente usamos las áreas más primitivas del cerebro, la amígdala, el mesoencefalo; áreas responsables de los campos de concentración y de las guerras santas. Cuando nos damos tiempo para deliberar, planificar, considerar, diseñar; usamos las áreas prefrontales del cerebro, de las que carecen los animales.

 

Con decisiones emocionales es posible el populismo nazi, el populismo comunista, el populismo que elige a uno u otro candidato norteamericano, cualquier populismo. Los grandes expertos en hacer que la gente no piense por si misma se llaman publicistas, asesores de imagen, jefes de campaña. También dan tristeza las supuestas democracias en las que todo se resuelve según las apariencias que produjo una aparición en un debate televisivo. ¿Pero que es preferible, la superficialidad de una votación manipulada por las campañas mediáticas, o la imposición tiránica de un líder mediante una ideología consistente en hacer odiar a un chivo expiatorio al que se teme –los iluminatti, los capitalistas, los comunistas, los satánicos, los católicos, los burgueses, los proletarios, los ateos-?

 

En la nueva era la responsabilidad de cambiar el mundo es personal. EL ídolo ha desaparecido y si existe funciona simplemente como un recordatorio de que lo importante es el cambio interior. Por eso la nueva espiritualidad no se basará en una nueva religión, ni secular ni teísta. Lo que le pasa al que inconscientemente busca un ídolo que le ofrezca la solución es que sigue dependiendo de algo externo. Esa dependencia la produce un vacío interior que se llama “falla básica”, que solo se sana cuando hay experiencias de plenitud  interior como las que se producen meditando, sanando emocionalmente, perdonando, orando o lo que sea.

 

Los líderes negativos se volverán innecesarios cuando el mesianismo deje de ser una necesidad sicológica, y esto ocurrirá solamente cuando maduremos interiormente, cuando la experiencia interior de lo sagrado  haga menos infantiles a los que necesitan una figura idealizada de autoridad exterior, y cuando lo sagrado salve a ciertos individuos astutos de querer ofrecerse como salvadores para engrandecer su propio ego. Entonces no será necesario que haya jerarquías políticas ni religiosas porque habrá desaparecido todo fundamentalismo. Cuidado con  las reencarnaciones de Bolivar, de Jesús…ojo con los que se autoproclaman iluminados. Si conocen un líder espiritual que ya fundó su propia escuela de meditación y yoga y la está difundiendo en el mundo, o un nuevo gurú de una nueva moda psicológica  de origen norteamericano que ya diseñó unos talleres de crecimiento personal que se multiplican internacionalmente, por favor no se metan de cabeza, caminen con cuidado, aprovechen lo valioso y desechen lo sospechoso. Muchas escuelas espirituales y movimientos políticos terminan más interesados en su propia supervivencia institucional basada en el culto a una persona, que en trabajar por el mejoramiento de la sociedad y del ser humano mediante los métodos y enfoques que proponen -lo digo por experiencia propia.

 

La admiración, el afecto y la gratitud que uno pueda sentir hacia alguien que simboliza una forma de ver el mundo y de querer mejorarlo, no debe convertirse en seguimiento ciego, se trata  de un delicado equilibrio. Y aunque parece que la tendencia a seguir a un macho alfa caracteriza a los primates, también es verdad que los seres humanos somos , genéticamente al menos, un tanto por ciento diferentes de un simio o un gibón. Ese porcentaje diferencial nos convierte en seres capaces de comportarnos razonablemente. Y aunque los últimos ocho mil años de historia nos muestran tendencias de violencia intergrupal por motivos religioso-políticos concomitantes con la competencia por recursos naturales y la supervivencia, ya es hora de dar un paso adelante si queremos evitar la peligrosa combinación de fanatismo y armamentismo nuclear que podría conllevar a lamentables  e irreversibles catástrofes. La lógica masculina de la guerra, la amenaza y la conducta viril ha dejado de ser funcional para la supervivencia del ser humano en la tierra. Es hora de recuperar la actitud femenina, amorosa, afectiva; de ejercer el liderazgo. Y no es un reto pequeño que pueda superarse creando una nueva doctrina de la transformación personal, una nueva ideología de la nueva era ni mucho menos una futura religión mundial. Es todo lo contrario, es un proceso silencioso y secreto, más privado que público, más intuitivo que racional, consistente en hacer una especie de vacío interior que le permita irrumpir en nuestro ser a una especie de milagro.

 

La espiritualidad es el ejercicio de la autonomía personal, es todo lo contrario de seguir a alguien, de profesar una doctrina mesiánica, ya sea de tipo religioso  o político o deportivo. El cerebro se figura que la verdad es una trama de nuevos conceptos, -los de Marx, los de la biblia, los del último economista- pero el corazón femenino de hombres y mujeres sabe que la verdad es una actitud amorosa, respetuosa, no controladora, no manipuladora; que surge del gesto cariñoso y comprensivo, que respeta el camino que cada quien y cada grupo ha escogido seguir para encontrar la felicidad. Dejemos de ser niños, dejemos de buscar un padre, conquistemos la experiencia del alma. Logremos la felicidad del silencio interior para hacer menos daño con el ruido fanático de la religión y la política. Ya es hora de dejar de esperar que algo externo nos salve, llámese calendario maya o el papa francisco  o Capriles o Maduro o Maduro o Petro.

 

Un buen líder ya no será en el futuro quien grite y vocifere más, sino quien sea más manso y humilde. Las mujeres podrían comenzar a dar ejemplo de ello en sus cargos públicos y en sus posiciones ejecutivas, en vez de intentar competir con los hombres usando un lenguaje corporal airado y seco, al estilo de cierto feminismo trasnochado de corte francés que masculiniza a la mujer en vez de permitirle usar el poder del amor. Cuando un líder se eleva en su trono para imponer su autoridad mediante el miedo, lo que quiere es desempoderar al que lo alaba. El devoto se convierte en un borrego que ya no se siente comprometido en aportar con su propio crecimiento personal los elementos que se requieren para que haya un cambio profundo que haga más feliz al ser humano, porque le entrega ese deber al líder negativo, que usará ese poder en su propio beneficio. Este es el círculo vicioso que se puede romper cuando la transformación personal y espiritual se manifieste como cambios profundos de las instituciones sociales. Ya llevamos muchos siglos esperando que los cambios institucionales, es decir "las revoluciones" cambien al ser humano. Es hora de probar un cambio esencial que vaya desde adentro hacia afuera. La verdadera revolución es el cambio personal. Y no es que haya que postergar el cambio de lo comunitario, lo macroeconómico, lo constitucional para cuando estemos a la altura del buda, sino que hay que lograrlo en paralelo –de lo contrario estaríamos dándole tiempo a los que oprimen y esclavizan mientras aprovechan que los siervos solamente se ocupan de la salvación de su alma. Hay que indignarse y simultáneamente cultivar la no violencia, lo uno y lo otro –pero sobre todo lo segundo.

 

Religión institucionalizada, política, guerra, competitividad y deporte -inventos típicamente patriarcales- tienen un ingrediente en común: mucha testosterona. ¿Cuándo servirán como modelos de la dinámica social la poesía, el arte, la solidaridad? Lo femenino en el ser humano no desea imponerse, no tiene rivales, no aspira a trofeos, no anhela volverse inmortal mediante estatuas, no erige torres gemelas, no simboliza su poder mediante rascacielos monumentales -falos de cemento, misiles simbólicos- catedrales apuntaladas al cielo, no confunde la autoridad con la opulencia, no construye techos altísimos para hacer sentir ínfimos a los visitantes. Lo femenino es sencillo y no compite. Pero la testosterona ha servido para derrotar a los machos rivales en la pelea por la mejor hembra, ha sido la que nos ha puesto a los varones a exhibir un mejor automóvil, una mejor oratoria. Y así nos hemos alejado del sencillo acto de disfrutar de la poesía del instante, del misterio de lo simple; en aras de la utopía prometida, la tierra prometida, la sociedad prometida, el cielo prometido.  Cuando el fin justifica los medios y la guerra, cuando el encarcelamiento de los opositores -y la represión de las opiniones en contra- ensucian nuestro presente; entonces lo que ocurre es que, a la vieja usanza, estamos justificando un presente infernal con la esperanza de un futuro mejor. Ese futuro no llega, porque es una ilusión del deseo. Y por eso la historia humana se convierte en la sucesión de una matanza tras otra, de una violencia justificada tras otra, todo con la excusa de que habrá un futuro mejor y el ser humano mejorará en el mañana si se comporta como un asesino en el hoy.

 

Cuando lo femenino universal dirija los destinos de la tierra será innecesario querer sentirse especial y destacado, sobrará la actitud de querer tener la razón, dará lo mismo ejercer o no el poder. Porque el lenguaje será otro. Un presidente no será llamado "comandante presidente" porque la milicia y la política habrán sido reemplazadas por el afecto. No habrá marchas militares y despliegues de aviones de combate el día de la celebración de la independencia de un país, sino rituales de liberación de aves y juegos de exhibición de gracia y agilidad en danzas grupales. Ese día lo curvilíneo reemplazará al ángulo recto, desaparecerán los cambios de guardia con sus ridículos zapateos contra el piso subiendo la rodilla hasta el pecho para demostrar valentía, los países exhibirán cultivos de flores en vez de colecciones de armamentos y balística. Ese día desaparecerán los juguetes modernos de los niños grandes: los helicópteros blackhawck, los aviones espía, las gafas infrarrojas para distinguir enemigos en la noche. Ese día de verdad la humanidad se interesará en la salud, la vivienda, el empleo, la educación y el progreso de la humanidad; y los países ricos no se escudarán en argumentos económicos para hacerle el quite al impacto que se viene  con el cambio climático.

 

Fernando Baena

Ferbaena7@gmail.com

Filósofo y escritor

Profesor de Meditación Transpersonal, psicoterapeuta

Manifiesto uterosófico

 



 

Por Fernando Baena Vejarano

 

¿Sabes que es la uterosofía?

 

Esta tendencia transcultural aún no bautizada que se escabulle entre los dedos de la mano como agua fresca, que no quiere que la atrapen en recipiente alguno, que circula silenciosa para susurrarlo todo sin ser detectada, que se disfraza aquí y allá para conservarse libre,  toma su nombre del órgano donde se gesta, se protege lo que ha de nacer; donde  somos uno con el líquido amniótico que es el mar mismo, origen de vida. De allí todo procede, allí se desenvuelve el embrión mientras repasa las etapas de la evolución misma. Uterosofía es el antónimo de falocracia. Venimos del imperio del falo, el pene, simbólicamente asociado a la espada, la conquista, la guerra, el dolmen, los rascacielos bancarios del poder masculino. Venimos de la creencia que coloca lo bueno arriba y lo malo abajo, del símbolo aspiracional vertical de las iglesias que quieren desprenderse del mundo para alcanzar los cielos porque sienten vergüenza de lo telúrico, lo terrenal. Oponemos a esta constelación simbólica, épica, heróica, la de la oscuridad primigenia, la del órgano de la paciencia gestante, mochila, depósito, copa, cuenco, vientre.

 

La uterosofía no es feminismo, no es revanchismo de las mujeres hacia los hombres, porque  la revancha es precisamente la estrategia de lo masculino excluyente. No es que no ayude leer a Simone de Beauvoir, todo lo contrario. Hay que ir a las fuentes de la crítica al patriarcado. Habrá lugares y momentos en los que habrá que pasar por el contundente empoderamiento político del cuerpo y del poder femenino, donde la tendencia patriarcal sea refractaria a la necesaria antítesis. Pero la uterosofía imagina un horizonte aun mejor, en el que no se necesite la fuerza de la revuelta sino la dulzura del diálogo. Su apuesta es que la exaltación de lo femenino transformaría el mundo. Toda luz produce sombra y a cada género se le debe observar por ambos lados, cara y sello. No es que la mujer sea luz y el hombre oscuridad, no se trata de eso. Hasta se entiende que por miedo a la fase tenebrosa de lo femenino el patriarcado medieval se haya levantado como un engendro ginofobo y misógino. Había que despertar a la razón, oro que sale del mercurio del instinto. La agresión melindrosa de lo femenino es peligro profano, pero también la exhibicionista fuerza del argumento masculino es poder encubierto de despotismo ilustrado. La sombra del hombre es su individualismo,  y la luz de eso es la originalidad y el empuje del genio. No hay menos rabia en la venganza silenciosa de una mujer que en la evidente traición de un hombre que pega un puño sobre la mesa, y hasta puede uno preguntarse cuál de las dos formas de agresión supera en sevicia a la otra. Ni es menos tierno el gesto del hombre que sale a conseguir la leche para el niño a punta de una jornada de obrero, que la canción de cuna de la mujer que canta mientras el bebé se duerme.

 

Un uterósofo, en vez de monumentos en piedra, levanta monumentos en agua corriente, cristalina, que pasen fugaces por el cedazo del tiempo, a diferencia de las grandes pirámides. No desea la gloria, no conquista como Alejandro Magno, no rinde culto a Napoleón ni identifica la historia con las hazañas de los victimarios. Retoma a Carl Jung y revisa su teoría de aninus y ánima. No se regocija en desfiles militares, porque desdeña el patriotismo para preferir el matriotismo. Exhibe flores y danzas en vez de tanques de guerra. No propone idolatrías ni políticas ni religiosas, porque desconfía de mesianismos y heroinas. Mira con tristeza los sacrificios mayas de corazones selváticos, las sangres derramadas -tanto las de los vencedores como las de los vencidos. No cuenta guerras para inspirar a nadie ni dice que el valor  tenga relación alguna con el acto suicida del kamikaze. La uterosofía es una estética de la esperanza, que ojalá tome cuerpo en poemas y pinturas, en artes plásticas y obras escénicas, novelas y películas. Se sabe idealista, porque prefiere la dificultad de lo posible al cinismo de los que abdican justificados en esa falta de voluntad transformadora a la que llaman “realismo”.

 

Junto con Claudio Naranjo y otros terapeutas que descubren que la neurosis es la médula osea del patriarcado, los uterósofos proponen la liberación de la sombra para su transformación en luz verdadera. La luz del racionalismo productivista y depredador es hipócrita y doble, destruye cuando promete construir y violenta la relación con la tierra patria, la tierra matria, cuando asegura que un mejor futuro será posible llenando de plásticos los océanos. La uterosofía privilegia lo vivencial sobre lo teórico en la transformación humana, y busca sus bases teóricas en diversos autores: filósofos, fenomenólogos, psicólogos, antropólogos, historiadores. Goza de lo curvo, sospecha de lo rectilíneo. Supedita la eficiencia a la paciencia. Antepone la formación a la información. Cree en procesos, no se afana por resultados. Valora lo gratuito, reinventa el canje y el trueque, intenta recordar que todo trabajo se valora y que valorar no es necesariamente pagar con papel moneda. Investiga y critica la estructura y conformación de las sociedades agrarias, y evoca con nostalgia algunos elementos de la humanidad nómada, cazadora o recolectora, que no funcionaba sobre el concepto de territorio, propiedad privada y conquista de lo ajeno. Duda del monoteismo y de la monogamia, pero no se refugia en sus contrarios como si fueran panaceas. Piensa que el macho está mandado a recoger, y que le hace falta recorrer todo un camino para redefinirse. No propone que la mujer sea una amazona. Se extasia en el agua que corre por las quebradas y en el agua de las mareas azorada por las inhalaciones de la luna. Comprende que los últimos quince mil años de la historia humana tenían que ser los del dominio de la cosmovisión patriarcal, pero reconoce que ahora, en pleno siglo XXI, en la era de la información, trascendida la era industrial y la era agraria, ya no hay bases para que tenga que perdurar el dominio de los sistemas sociales jerárquicos y belicistas. La testosterona es inclusive peligrosa para la supervivencia del ser humano en este planeta, ha dejado de ser una buena estrategia para este primate.

 

La uterosofía reconoce que las culturas matriarcales y ginolátricas se relacionaban mejor con la vida, producían simbologías que son más saludables al inconsciente que las que nos intoxican con maniqueismos judeocristianos y grecoromanos. Coquetea con los simbolismos del regimen nocturno del francés Gilbert Durand. Confía en la institucionalidad pero evita la burocracia, prefiere lo doméstico sobre lo masivo y el contacto interpersonal sobre el mediatizado. Advierte que la revaloración de lo femenino no debe convertirse en un reverso revanchista del patriarcado, porque no se trata de cambiar un sistema de opresión por otro. Empodera a la mujer, y le pide al hombre que redefina lo que significa empoderarse. Antepone a Herbert Marcuse sobre Sigmund Freud porque anhela una re-erotización del mundo y la ve posible. No podría no ser hermana de la ecosofía, otra disciplina que hay que inventar para que el amor por la vida no se convierta en mera ingeniería ambiental ni en simple tecnología de los sistemas energéticos limpios y renovables. La uterosofía lee a Morris Berman y a Humberto Maturana, a Merleau Ponty y a Gaston Bachelard. Se esfuerza por percibir los lazos solidarios, la empatía, la solidaridad y la colaboración entre especies como leyes naturales tan reales como las que el darwwinismo subrayó, en una época en la que la ley del más fuerte era sospechosamente también la ley del capitalismo industrial. Reconoce al cuerpo como alma de nuestra esencia personal, y lo resacraliza. Es afirmativa de la vida, como lo propuso Bhagvan Rajnesh (Osho). Se nutre de las tradiciones orientales y ancestrales que no tuvieron que rechazar, sino que muy al contrario abrazaron la sexualidad como puente hacia el infinito. Desconfía de cualquier sistema social que esclavice laboralmente para imponer la religión del consumo. Propone que se investigue también en la historia oculta de occidente, la que consiste en la represión sistemática y estratégica de lo erótico y lo somático, la que se basa en la represión de la aspiración humana hacia la unidad, la totalidad y la fusión amorosa. No habla de entidades, sino de holones. Repasa a Nietzche , pero vislumbra una manera femenina mucho más poderosa de contemplar al futuro Zaratustra. Ve el todo en la parte y le pide a la parte que cambie para que mejore el todo. Delata el eurocentrismo, se ríe de todo fascismo soterrado o explícito. Propone holoarquías en vez de jerarquías, al son de Ken Wilber. No desconoce que podríamos involucionar en vez de evolucionar, porque resulta sospechoso que todo imperio haya tenido siempre su etapa decadente. Si llegara a ocurrir alguna versión del apocalipsis, la percibirá como oportunidad para acelerar la toma de consciencia.  No confunde personas con números ni procesos sociales con estadísticas, pero le da su lugar a la abstracción como herramienta. Sabe que no será fácil la transición a un mundo nuevo con un nuevo paradigma, y que este no descenderá del cosmos como por arte de magia, sino con un arduo trabajo cultural de conscientización, porque no se trata de algo así como el cumplimiento mágico de una profecía maya ni de una necesidad objetiva de la historia. La historia no parece obedecer a leyes objetivas, como ya comprobaron los marxistas a los que les salió el tiro por la culata llamado neoliberalismo. Confiamos demasiado en nuestra supuesta superioridad como especie.

 

La uterosofía se nutre de la interiorización, la meditación, la educación para la sensibilidad, el afecto, la inteligencia emocional, el arte, la recuperación de la ternura, la devolución del bebé al contacto de pieles con  su madre y su padre, origen de la seguridad ontológica y fuente del equilibrio psicológico futuro. Le da vientre también a la ciencia, la tecnología, la economía, para permitirles redefinirse no en torno a la rigidez de la lógica ganancial, sino de la dimensión que más nos humaniza, la de reconocernos y protegernos los unos a los otros. Propone nuevos modelos educativos. Pone en su sitio la devoción ciega a la tecnología, la informática, la cibernética. La vida es, más que información, consciencia. Un uterósofo dialoga con  nuevas comprensiones sobre sexualidad, género, roles, inclinaciones  e identidades, pero no considera que de por sí basta con liberar, tolerar, respetar y nutrir al individuo para que tome la identidad que prefiera y sea más consecuente con su naturaleza y predisposiciones. Es necesario que la flexibilidad moral se traduzca en algo más que un nuevo tipo de hippismo, que el ser humano desarrolle la voluntad creadora tanto como que viva a plenitud los placeres del instante. La uterosofía no puede convertirse en una versión nueva del romanticismo, ni en emblema de soñadores, escapistas, vanguardistas sin causa, rebeldes por la simple emoción de la rebeldía. Es una hermana de la topofilia, una uterosofía planteada por Carlos Mario Yori para aprender a habitar el mundo. Luchar contra un sistema social y económico opresor no equivale a escabullirse de los retos mundiales. El neoruralismo tendrá que hacer propuestas neourbanas, el tantrismo tendrá que proponer no solamente la consciencia atenta como panacea para el sufrimiento, sino también las reformas políticas y económicas que permitan que el trabajo se vuelva compatible con la contemplación y que los sectores productivos se trasladen a espacios humanizantes y prácticas equitativas.

 

La uterosofía es una categoría propuesta por Fernando Baena Vejarano, filosofo y escritor experto en nuevos paradigmas, autor de 26 libros disponibles online en www.autoreseditores.com.  Una categoría se crea para definir un punto de vista que otras categorías no han cubierto, se necesita que exista porque otras palabras no encierran los mismos componentes ni los articulan del mismo modo. Y uterosofía no es ecofeminismo, ni espiritualismo, ni neochamanismo, ni otros ismos muy valiosos cada uno de ellos. Crear una nueva categoría es crear un truco para volver a decir lo ya dicho, pero de tal manera que ilumine la intuición de nuevo, porque todo resulta nuevo cuando se dice de otro modo.

 

Ser uterósofo te da identidad pero no te sectariza, porque incluye tantas dimensiones de cambio y transformación que puedes seguir la pista desde donde quieras para llegar a nuestro común destino: una nueva humanidad, tarde o temprano, porque con una humanidad como esta no hay futuro posible. El gran útero es la vacuidad, la ausencia de ego, la naturaleza del Buda, la inexistencia misma de substancias e importancias. Ser uterósofo te ofrece identidad cuando te la quita. El gran vientre es misterio y aletheia. Tiene su arraigo en la errancia, pero no en la liquidez del anonimato, el uso y abuso mutuo y las relaciones huecas. Nos sentamos en el piso, nos untamos de tierra. No nos interesa encumbrarnos en un sillón victoriano a cuatro mil metros de altura sobre la plebe. Si quieres uterosofar, entra en red con este movimiento libertario sin líderes, descentralizado, progresivo, sutil, que sorprenderá alguna vez al mundo, que no se volverá ojalá producto de mercado ni cursillo de crecimiento, -aunque tendrá que encontrar también cómo difundirse; que no debe ser asimilado como una moda más para canalizar juventudes y entusiasmos, para volverse marca registrada ni para dictar cursos y certificaciones, que no será otro negocio contracultural, que se podría transmitir como un virus inasible, poderoso, asintomático y , por fin, real.

 

Traigamos a la red al mamo, al sadhu, al anacoreta, a la virgen; pero también al casanova, al bohemio, a la prostituta, al adicto. Invitemos al de corbata y al de ruana, al de mecha larga y al bien peinadito. Pidámosle su colección de estampillas al que opina que todo pasado fue mejor, para que se  las muestre al hacedor de inteligencias artificiales que promete que la felicidad será inmortalidad ganada a punta de mutaciones de los genes.Todos aportarán lo suyo. Ya de hecho somos todos esta red de anónimos uterósofos que no sabíamos etiquetarnos con el órgano que nos gesta. Mejor por ello. No debes nunca decir “soy uterósofo”, porque es una identidad secreta, que no tienes para exhibir para sentirte superior y diferente, sino para volverte corriente como un practicante sufi, a quien nadie, -justamente por eso-, reconoce.

 

 

 

Hoja de Vida:

 

Fernando Baena Vejarano (Bogotá, 1964) obtuvo una Maestría en Creación Literaria en la Universidad Central en el año 2016, con la novela de anticipación “Reloj De Una Misma Arena”. Finalista del concurso interino de novela corta del segundo taller de novela corta del Centro Cultural Gabriel García Marquez (2013) con la primera versión de la novela blanca “El despertar Del Colibrí”. Tres novelas impresas, cuatro disponibles online. Publica la novela ecologista “Esta Isla de Ecos Azules” en el año 2011, de la cual prepara actualmente una versión para público juvenil,y en el año 2014 "Lo más íntimo de la Tierra" -novela pedagógica de ficción esotérica.

Ha sido miembro del Taller de Escritores de la Universidad Central (1983) , del Gimnasio Moderno (1980 y 1981)  de la Fundación “Alejo Carpentier”(1983-1987, y del taller de narrativa de la librería Luvina (2013). Escritor de libretos de teatro, dos tesis filosóficas (pregrado y postgrado) y una novela urbana (1975-1987). También ha sido periodista y articulista de las revistas “Universitas Philosophica”, “Revista Javeriana” y “Notas de Luz” (1992-1999). Publica el libro de ensayos sobre desarrollo humano “El Retorno a lo Sagrado” en el año 2000. Contribuciones en Magazín Dominical, periódico El Tiempo. No solamente escribe literatura de ficción. Tiene 26 libros disponibles online sobre temáticas filosóficas, sicológicas, libros de cuentos y ensayos de crítica literaria en (www.autoreseditores.com).Catedrático universitario desde 1988, es también psicoterapeuta transpersonal (especialización de 500 horas, Fundación Vértice, año 2005). Experto y asesor en inteligencia intrapersonal, en el canal “City T.V.” (2005-2011). Es filósofo de la Universidad Javeriana  de Bogotá, Colombia; y bachiller del Gimnasio Moderno.

 

 

 

 

No solo que gire, sino que suba la balanza

 



Por Fernando Baena Vejarano

Ferbaena7@gmail.com

 

¿Hemos avanzado, nos hemos atrasado o detenido en “preservación del patrimonio cultural”? ¿Pero qué es eso? Quisiera primero saber qué es lo que duele de la pérdida de costumbres, saberes, etnias, usanzas, gastronomías, léxicos; maneras de hacer música o cantar, vestuarios, rituales para dar pasos en los ciclos vitales, maneras de mirar el mundo. No es tan obvio como parece. Es algo más que nostalgia o coleccionismo antropológico, y aunque se dice que la multiculturalidad enriquece y que la estandarización cultural nos vuelve pobres, sospecho que esa no es toda la verdad sobre por qué tiene sentido preservar el pasado al mismo tiempo que los vendedores de futuro nos ponen a correr a ciegas tras esperanzas empacadas de religión y política. Los mesianismos siempre tendrán vitrina en un mundo que duele y huele a purgatorio, en el que cada vez resulta más difícil buscar un solo culpable: occidente, el desarrollismo neoindustrial con su huella de carbono, el tío Sam, los chinos, Rusia, las inteligencias artificiales, el género masculino, el patriarcado; la guerra siempre, siempre la guerra.

Acabo de ver “El Botón de Nacar” en Netflix y me digo que no tiene fin el exterminio como pauta de la historia, ya se trate de las violencias sutiles o de otras más evidentes. La gentrificación tiene su mano lenta, invisible; y cuenta con la ventaja de que el primero en ayudar a que le quiten su pueblo es el poblador mismo, cuando no piensa a mediano plazo sino en términos de ganancia líquida. Pero todo lo líquido se escurre, y es cosa sabida que los hijos y los nietos ya no gozarán del tiempo libre, la calidad de vida y la felicidad neta en la que sus abuelos no pensaron cuando vendieron lotes y tierras. Se irán a las ciudades, pero volverán a cuidar y añorar lo que ya no tienen, o les costará cien veces más. Otros exterminios culturales han sido más directos. Para compensar su culpa, la cultura hegemónica saca de sus mangas la magia de las políticas de conservación cultural, que llega en forma de museos de cosas muertas y exhibidas como valiosas, porque ya no hay gente viva que las use. Collares de oro, narigueras, balsas muiscas, fotografías y dibujos a mano alzada de rostros dignificados por la imperfección de la piel, el color cobrizo, la mirada inmensa como el paisaje que en ella se refleja, la diferencia relativa respecto al rostro colonizador; narices, ojos, arrugas, manos callosas ahora ensalzadas de pronto, porque ya han sido exterminadas. Entonces posa el antropólogo, pone cara triste, alaba al enemigo derrotado con un gesto noble y dice: ellos sí que sabían vivir en armonía con la naturaleza.

Y entonces viene y ocupa su lugar el romanticismo cultural: todo pasado fue mejor. Salta a la arena comercial la artesanía de lujo, la mochila kogui de exportación, el restaurante artesanal de comidas boyacenses transformadas en platos de lujo, y se ponen de moda las clases de tejido en telar. Y a todo eso se le mezcla cuanto pueda parecer contracultura: comida vegana, yoga, animalismo, cantos siberianos de pastores, didgeridoo australiano; venga de donde venga, porque ya no tiene que proceder del territorio muisca. La ciudad de arquitectura colonial se post-moderniza. Para seguir recomendada en las guías de viajeros conservará sus fachadas con balcones y ladrillos de adobe, sus puertas de madera maciza. Ya otra cosa será vista desde adentro.

¿Pero qué es lo que me duele? -me repito yo, caucásico invasor. Soy y no soy culpable de mi apellido español, traído desde una provincia rica en aceitunas. No es el cambio en las secuencias de los pueblos, no es la rica historia de Europa lo que acuso. La violencia, la inequidad en los procesos, ni al pueblo colonizador ni al sometido les gusta que hayan existido. Tras unos siglos todos somos amigos. Visibilizar y empoderar sectores invisibilizados es crucial. Pero entonces nos aplaudimos mutuamente, con sonrisitas de políticas inclusivas forzadas por una agenda internacional de origen complejo y a las que no les sobra una investigación nutrida de sospecha. Y en realidad no hacemos un diálogo intercultural sincero. Dejamos los sustantivos peyorativos fuera del uso diario, para recordar la dignidad de las minorías oprimidas, las secciones segregadas, las diferencias usadas como excusas para abusar los unos de los otros, de las otras, de les otres. Pero no construimos una igualdad de fondo, que requiere abrir las heridas no atendidas, no expresadas con las ardides de las artes, los gritos poéticos, los verdaderos encuentros.

Al romanticismo cultural de los maquillajes coloniales y las calles empedradas le falta sustancia anticomercial para morir y renacer mejorado. Con otro nombre y esencia, lo vislumbro como un futuro en el que la identidad regional será una muñeca rusa, cajas dentro de cajas todas vivas, en las que no se falseen las poses de inclusividad bajo el lema de “todos somos iguales”, sino el de “todos somos valiosos porque somos diversos, y aunque merecemos todos igual trato no por eso ser diversos significa que estemos viendo con la misma profundidad el mundo”. El desarrollo humano es una espiral evolutiva y una pirámide habitacional de pisos en cuya punta no suelen vivir todos sus ocupantes. No es lo mismo un pueblo que se centra en el pensamiento mágico que uno que se funda en mitos políticos o religiosos, ni que otro que intenta girar alrededor de ciencias, argumentos, ciudadanías y debates lógicos, ni que otro que ojalá en un futuro próximo integre cada fruto de cada etapa de la historia en un solo colectivo, no solo más justo, libre y equitativo, sino sobre todo más agudo y alto, menos trivial, más capaz de penetrar en lo sagrado. Pero ese es el tema del concepto integrativo de cultura, que en pocos párrafos apenas he aruñado.

Comprendo que la justicia histórica funcione como un péndulo que ilumina a un lado dejando a oscuras el otro, y alabo y comprendo que sea necesario cierto idealismo hacia las culturas minoritarias. No comparto cuando por protegerlas se entiende aislarlas, como si se pudieran poner comunidades enteras tras vitrinas antisépticas.  No es posible aislar el pasado, ni la única identidad social válida es la de lo autóctono, porque si de orígenes se trata habría que retroceder infinitamente hacia atrás hasta las cavernas. Tampoco tiene sentido permitir que se pisoteen comunidades, usanzas, recuerdos. Pero falta profundidad para pensar no solo haciendo funcionar la balanza de un lado al otro, alternando acusaciones, privilegios, presupuestos y desprecios, sino subiendo la balanza hacia un nivel más profundo.

 

 

Villa Sodoma

 



Fernando Baena Vejarano

Era el año 2.123 en Villa de Leyva. Pero ahora se llamaba Villa Sodoma. El alcalde, don Faustino, acompañado de sus ediles, había seguido los sabios consejos de una empresa de mercadeo turístico con la que habían contratado un estudio para mejorar la industria del hospedaje. El asesor les había dicho que según los algoritmos y las encuestas atraerían más turistas si le  ponían un nombre menos histórico. Esos mismos expertos habían aconsejado y aplaudido en el año 2050 el reemplazo de las obsoletas calles empedradas –“aptas para caballos, no para personas”, según rezaba el decreto- por modernas y futuristas  pistas pavimentadas. Al entrar el siglo XXII esas mismas rutas pavimentadas se habían cambiado por cintas y escaleras  eléctricas  peatonales, automatizadas. Los turistas ya no caminaban, sino que se dejaban llevar, de pié, inmóviles, insensibles a las fachadas coloniales; conectados al metaverso mediante gafas y trajes plateados, climatizados y holotáctiles.

Quien quisiera podía consultar en línea la historia del progreso de Villa Sodoma. Una inteligencia artificial respondía preguntas en línea. ¿Quién tuvo el chispazo de acabar con las plazas de mercado campesinas para convertirlas en centros comerciales? ¿Cómo se convenció a los turistas de dejar la gastronomía boyacense, para pasarse al consumo de sintéticos importados? ¿Cómo se logró progresar tanto que desapareciera finalmente la agricultura campesina, las artesanías de Ráquira? Para enseñarle a los niños a burlarse del siglo XXI había un museo virtual con ruanas, telares, música de carranga, bailes antiguos con vestimentas tradicionales y filmaciones de fiestas patronales. Y si un  turista quería salir de su hotel, lo llevaban en un dron por encima de las antiguas tierras veredales, -ahora pobladas de gigantes complejos hoteleros- para que apreciara la Zaquencipá progresista, tapizada de invernaderos automatizados. Los descendientes de pobladores originarios hacían cursos para entender que la felicidad no provenía de tener  familia, ni finquita, ni hijos y nietos que heredaran tierras.  Vivían en apartaestudios unipersonales construidos encima  de la antigua plaza de Nariño. Tenían un seguro de cremación, por si se decidían por la eutanasia.

Y a todo esto se le llamó desarrollo.