martes, 23 de abril de 2024

Anatomía del mesianismo

 



 

Por Fernando Baena Vejarano

 

Quisiera elaborar desde los aportes de la psicología Transpersonal un comentario de advertencia, no contra el ejercicio del liderazgo, sino contra el mesianismo en todas sus formas. Y  va dirigido a la comprensión de los antiguos paradigmas que aun dominan nuestra aldea global, nuestro planeta occidentalizado, hábitos que enmarcan una anticuada y ojalá  muy pronto obsoleta forma de enfocar los problemas políticos y sociales. Hablo de la cosmovisión patriarcal y de los imaginarios idealistas que creyendo perseguir un bien universal terminan evangelizando con violencia y maltrato a los que precisamente querían salvar. Mi principal interés no consiste en hacer un análisis político -materia en la que me considero bastante ignorante-. Intento no dar una opinión ni de derecha ni de izquierda. Simplemente me obsesiona comprender los mecanismos psicológicos subyacentes a los fenómenos de  masas y sus riesgos cuando producen estampidas de fervor patriótico y religioso. Siempre he pensado que sólo en apariencia somos un mundo civilizado, que la sombra del primitivismo tribal se asoma y amenaza con frecuencia el relativamente estable orden mundial –como cuando la nación alemana dejó crecer en el vientre de su música culta, sus filósofos humanistas y sus costumbres hogareñas el cáncer del fascismo.

 

La historia se repite: el Che Guevara o Abraham Lincoln, da lo mismo. No importa si se trata de un jefe religioso o político, no importa si ocurre con Michael Jackson. Lo sorprendente es que los hinchas de un concierto de Rock se comporten como los idólatras de un equipo de futbol, que la experiencia de estar en un congreso anual de juventudes hitlerianas pueda cumplir la misma función emocional  que la de recibir al nuevo papa. Y que se llore con la misma histeria a Eva Perón y a Pelé o al cantante vallenato. Lo que me interesa es el fenómeno del liderazgo y las respuestas religioso/políticas. Lenin, Stalin eran  ídolos religiosos, aunque se tratara de religiones ateas, seculares.

 

Desde que haya adoración, idealización, emocionalismo; y una institución fundamente su autoridad en unos ideales que su líder defendió, sintiéndose con derecho de apabullar, perseguir  y acallar activa o pasivamente a los que opinen diferente, estamos hablando de fundamentalismo. Hitler  fundó y sacó adelante una religión secular: el nazismo, constituido por unos ideales, una ideología, y un sentimiento de “poseer la verdad” y tener el derecho de imponérsela al mundo. El mecanismo es el mismo: yo y los de mi grupo somos mejores que los demás y su grupo, que son nuestros enemigos. El mundo se divide en dos: chavistas y traidores a la patria, hinchas de millonarios y cobardes langarutos, católicos y  pecadores. O estás con nosotros o te vas de tu tierra. Es muy satisfactorio que los seres humanos queden repartidos en dos categorías y muy sospechoso que uno quede siempre del lado de los inteligentes, los arios, los piadosos, los socialmente comprometidos, los que si amamos al país –términos superlativos-; mientras que los demás quedan rebajados a ser los judíos, los burgueses, los comunistas, los inmorales –términos despectivos. Nosotros somos los buenos, ellos son los malos, y pare de contar. ¿Por qué es tan tentador pensar de este modo? Recordemos que Adolf Hitler subió al poder por votación democrática y que no siempre que hay votaciones hay democracia. La democracia significa igualdad de oportunidad mediática para hacerse oír por el electorado, supone  la independencia del poder ejecutivo respecto del legislativo y judicial. Cuando un partido político sube al poder y cambia la constitución a su antojo, y se vuelven indistinguibles el gobierno y el partido, ya no se está garantizando el derecho a la igualdad de fuerzas en el debate político.

 

Un mesías político y un mesías religioso cumplen con la misma función psicológica: prometen la felicidad. Por eso vemos que se adore como a un santo a un político fallecido, o que se le otorguen poderes políticos a un líder religioso. Por eso la iglesia católica cumple un papel político en el mundo y por eso mismo Hitler era un alto jerarca de la iglesia nazi. Las euforias colectivas son psicológicamente semejantes para los que ven ganar a su equipo de futbol preferido, y los que ven nombrar o hacen proselitismo por su nuevo líder religioso o político. Es la misma mentalidad, la mentalidad de la antigua era, la mentalidad del individuo que necesita un ídolo. Es triste ver que millones de  seguidores de un líder mesiánico no estén educados lo suficiente  como para la racionalidad del debate dialogante. Cuando no se ha recibido educación filosófica y científica, cuando no se ha promovido la libertad personal ni se le ha inculcado al educando que construya  sus propios  criterios, cuando las bajas condiciones económicas y la presión de la supervivencia no le han permitido a un grupo humano formarse para usar la corteza cerebral; entonces los asuntos de una sociedad se resuelven mediante la manipulación de las emociones. Se sabe que cuando tomamos decisiones emocionalmente usamos las áreas más primitivas del cerebro, la amígdala, el mesoencefalo; áreas responsables de los campos de concentración y de las guerras santas. Cuando nos damos tiempo para deliberar, planificar, considerar, diseñar; usamos las áreas prefrontales del cerebro, de las que carecen los animales.

 

Con decisiones emocionales es posible el populismo nazi, el populismo comunista, el populismo que elige a uno u otro candidato norteamericano, cualquier populismo. Los grandes expertos en hacer que la gente no piense por si misma se llaman publicistas, asesores de imagen, jefes de campaña. También dan tristeza las supuestas democracias en las que todo se resuelve según las apariencias que produjo una aparición en un debate televisivo. ¿Pero que es preferible, la superficialidad de una votación manipulada por las campañas mediáticas, o la imposición tiránica de un líder mediante una ideología consistente en hacer odiar a un chivo expiatorio al que se teme –los iluminatti, los capitalistas, los comunistas, los satánicos, los católicos, los burgueses, los proletarios, los ateos-?

 

En la nueva era la responsabilidad de cambiar el mundo es personal. EL ídolo ha desaparecido y si existe funciona simplemente como un recordatorio de que lo importante es el cambio interior. Por eso la nueva espiritualidad no se basará en una nueva religión, ni secular ni teísta. Lo que le pasa al que inconscientemente busca un ídolo que le ofrezca la solución es que sigue dependiendo de algo externo. Esa dependencia la produce un vacío interior que se llama “falla básica”, que solo se sana cuando hay experiencias de plenitud  interior como las que se producen meditando, sanando emocionalmente, perdonando, orando o lo que sea.

 

Los líderes negativos se volverán innecesarios cuando el mesianismo deje de ser una necesidad sicológica, y esto ocurrirá solamente cuando maduremos interiormente, cuando la experiencia interior de lo sagrado  haga menos infantiles a los que necesitan una figura idealizada de autoridad exterior, y cuando lo sagrado salve a ciertos individuos astutos de querer ofrecerse como salvadores para engrandecer su propio ego. Entonces no será necesario que haya jerarquías políticas ni religiosas porque habrá desaparecido todo fundamentalismo. Cuidado con  las reencarnaciones de Bolivar, de Jesús…ojo con los que se autoproclaman iluminados. Si conocen un líder espiritual que ya fundó su propia escuela de meditación y yoga y la está difundiendo en el mundo, o un nuevo gurú de una nueva moda psicológica  de origen norteamericano que ya diseñó unos talleres de crecimiento personal que se multiplican internacionalmente, por favor no se metan de cabeza, caminen con cuidado, aprovechen lo valioso y desechen lo sospechoso. Muchas escuelas espirituales y movimientos políticos terminan más interesados en su propia supervivencia institucional basada en el culto a una persona, que en trabajar por el mejoramiento de la sociedad y del ser humano mediante los métodos y enfoques que proponen -lo digo por experiencia propia.

 

La admiración, el afecto y la gratitud que uno pueda sentir hacia alguien que simboliza una forma de ver el mundo y de querer mejorarlo, no debe convertirse en seguimiento ciego, se trata  de un delicado equilibrio. Y aunque parece que la tendencia a seguir a un macho alfa caracteriza a los primates, también es verdad que los seres humanos somos , genéticamente al menos, un tanto por ciento diferentes de un simio o un gibón. Ese porcentaje diferencial nos convierte en seres capaces de comportarnos razonablemente. Y aunque los últimos ocho mil años de historia nos muestran tendencias de violencia intergrupal por motivos religioso-políticos concomitantes con la competencia por recursos naturales y la supervivencia, ya es hora de dar un paso adelante si queremos evitar la peligrosa combinación de fanatismo y armamentismo nuclear que podría conllevar a lamentables  e irreversibles catástrofes. La lógica masculina de la guerra, la amenaza y la conducta viril ha dejado de ser funcional para la supervivencia del ser humano en la tierra. Es hora de recuperar la actitud femenina, amorosa, afectiva; de ejercer el liderazgo. Y no es un reto pequeño que pueda superarse creando una nueva doctrina de la transformación personal, una nueva ideología de la nueva era ni mucho menos una futura religión mundial. Es todo lo contrario, es un proceso silencioso y secreto, más privado que público, más intuitivo que racional, consistente en hacer una especie de vacío interior que le permita irrumpir en nuestro ser a una especie de milagro.

 

La espiritualidad es el ejercicio de la autonomía personal, es todo lo contrario de seguir a alguien, de profesar una doctrina mesiánica, ya sea de tipo religioso  o político o deportivo. El cerebro se figura que la verdad es una trama de nuevos conceptos, -los de Marx, los de la biblia, los del último economista- pero el corazón femenino de hombres y mujeres sabe que la verdad es una actitud amorosa, respetuosa, no controladora, no manipuladora; que surge del gesto cariñoso y comprensivo, que respeta el camino que cada quien y cada grupo ha escogido seguir para encontrar la felicidad. Dejemos de ser niños, dejemos de buscar un padre, conquistemos la experiencia del alma. Logremos la felicidad del silencio interior para hacer menos daño con el ruido fanático de la religión y la política. Ya es hora de dejar de esperar que algo externo nos salve, llámese calendario maya o el papa francisco  o Capriles o Maduro o Maduro o Petro.

 

Un buen líder ya no será en el futuro quien grite y vocifere más, sino quien sea más manso y humilde. Las mujeres podrían comenzar a dar ejemplo de ello en sus cargos públicos y en sus posiciones ejecutivas, en vez de intentar competir con los hombres usando un lenguaje corporal airado y seco, al estilo de cierto feminismo trasnochado de corte francés que masculiniza a la mujer en vez de permitirle usar el poder del amor. Cuando un líder se eleva en su trono para imponer su autoridad mediante el miedo, lo que quiere es desempoderar al que lo alaba. El devoto se convierte en un borrego que ya no se siente comprometido en aportar con su propio crecimiento personal los elementos que se requieren para que haya un cambio profundo que haga más feliz al ser humano, porque le entrega ese deber al líder negativo, que usará ese poder en su propio beneficio. Este es el círculo vicioso que se puede romper cuando la transformación personal y espiritual se manifieste como cambios profundos de las instituciones sociales. Ya llevamos muchos siglos esperando que los cambios institucionales, es decir "las revoluciones" cambien al ser humano. Es hora de probar un cambio esencial que vaya desde adentro hacia afuera. La verdadera revolución es el cambio personal. Y no es que haya que postergar el cambio de lo comunitario, lo macroeconómico, lo constitucional para cuando estemos a la altura del buda, sino que hay que lograrlo en paralelo –de lo contrario estaríamos dándole tiempo a los que oprimen y esclavizan mientras aprovechan que los siervos solamente se ocupan de la salvación de su alma. Hay que indignarse y simultáneamente cultivar la no violencia, lo uno y lo otro –pero sobre todo lo segundo.

 

Religión institucionalizada, política, guerra, competitividad y deporte -inventos típicamente patriarcales- tienen un ingrediente en común: mucha testosterona. ¿Cuándo servirán como modelos de la dinámica social la poesía, el arte, la solidaridad? Lo femenino en el ser humano no desea imponerse, no tiene rivales, no aspira a trofeos, no anhela volverse inmortal mediante estatuas, no erige torres gemelas, no simboliza su poder mediante rascacielos monumentales -falos de cemento, misiles simbólicos- catedrales apuntaladas al cielo, no confunde la autoridad con la opulencia, no construye techos altísimos para hacer sentir ínfimos a los visitantes. Lo femenino es sencillo y no compite. Pero la testosterona ha servido para derrotar a los machos rivales en la pelea por la mejor hembra, ha sido la que nos ha puesto a los varones a exhibir un mejor automóvil, una mejor oratoria. Y así nos hemos alejado del sencillo acto de disfrutar de la poesía del instante, del misterio de lo simple; en aras de la utopía prometida, la tierra prometida, la sociedad prometida, el cielo prometido.  Cuando el fin justifica los medios y la guerra, cuando el encarcelamiento de los opositores -y la represión de las opiniones en contra- ensucian nuestro presente; entonces lo que ocurre es que, a la vieja usanza, estamos justificando un presente infernal con la esperanza de un futuro mejor. Ese futuro no llega, porque es una ilusión del deseo. Y por eso la historia humana se convierte en la sucesión de una matanza tras otra, de una violencia justificada tras otra, todo con la excusa de que habrá un futuro mejor y el ser humano mejorará en el mañana si se comporta como un asesino en el hoy.

 

Cuando lo femenino universal dirija los destinos de la tierra será innecesario querer sentirse especial y destacado, sobrará la actitud de querer tener la razón, dará lo mismo ejercer o no el poder. Porque el lenguaje será otro. Un presidente no será llamado "comandante presidente" porque la milicia y la política habrán sido reemplazadas por el afecto. No habrá marchas militares y despliegues de aviones de combate el día de la celebración de la independencia de un país, sino rituales de liberación de aves y juegos de exhibición de gracia y agilidad en danzas grupales. Ese día lo curvilíneo reemplazará al ángulo recto, desaparecerán los cambios de guardia con sus ridículos zapateos contra el piso subiendo la rodilla hasta el pecho para demostrar valentía, los países exhibirán cultivos de flores en vez de colecciones de armamentos y balística. Ese día desaparecerán los juguetes modernos de los niños grandes: los helicópteros blackhawck, los aviones espía, las gafas infrarrojas para distinguir enemigos en la noche. Ese día de verdad la humanidad se interesará en la salud, la vivienda, el empleo, la educación y el progreso de la humanidad; y los países ricos no se escudarán en argumentos económicos para hacerle el quite al impacto que se viene  con el cambio climático.

 

Fernando Baena

Ferbaena7@gmail.com

Filósofo y escritor

Profesor de Meditación Transpersonal, psicoterapeuta

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