Por Fernando Baena Vejarano
Quisiera elaborar desde los aportes de la psicología Transpersonal
un comentario de advertencia, no contra el ejercicio del liderazgo, sino contra
el mesianismo en todas sus formas. Y
va dirigido a la comprensión de los antiguos paradigmas que aun dominan nuestra
aldea global, nuestro planeta occidentalizado, hábitos que enmarcan una
anticuada y ojalá muy pronto obsoleta forma de enfocar los problemas
políticos y sociales. Hablo de la cosmovisión patriarcal y de los imaginarios
idealistas que creyendo perseguir un bien universal terminan evangelizando con
violencia y maltrato a los que precisamente querían salvar. Mi principal interés no consiste en hacer un análisis
político -materia en la que me considero bastante ignorante-. Intento no dar
una opinión ni de derecha ni de izquierda. Simplemente me obsesiona comprender
los mecanismos psicológicos subyacentes a los fenómenos de masas y sus riesgos cuando producen
estampidas de fervor patriótico y religioso. Siempre he pensado que sólo en
apariencia somos un mundo civilizado, que la sombra del primitivismo tribal se
asoma y amenaza con frecuencia el relativamente estable orden mundial –como
cuando la nación alemana dejó crecer en el vientre de su música culta, sus
filósofos humanistas y sus costumbres hogareñas el cáncer del fascismo.
La historia se repite: el Che Guevara o Abraham Lincoln, da
lo mismo. No importa si se trata de un jefe religioso o político, no importa si
ocurre con Michael Jackson. Lo sorprendente es que los hinchas de un concierto
de Rock se comporten como los idólatras de un equipo de futbol, que la
experiencia de estar en un congreso anual de juventudes hitlerianas pueda
cumplir la misma función emocional que
la de recibir al nuevo papa. Y que se llore con la misma histeria a Eva Perón y
a Pelé o al cantante vallenato. Lo que me interesa es el fenómeno del liderazgo
y las respuestas religioso/políticas. Lenin, Stalin eran ídolos
religiosos, aunque se tratara de religiones ateas, seculares.
Desde que haya adoración, idealización, emocionalismo; y
una institución fundamente su autoridad en unos ideales que su líder defendió,
sintiéndose con derecho de apabullar, perseguir y acallar activa o pasivamente
a los que opinen diferente, estamos hablando de fundamentalismo. Hitler
fundó y sacó adelante una religión secular: el nazismo, constituido por unos
ideales, una ideología, y un sentimiento de “poseer la verdad” y tener el
derecho de imponérsela al mundo. El mecanismo es el mismo: yo y los de mi grupo
somos mejores que los demás y su grupo, que son nuestros enemigos. El mundo se
divide en dos: chavistas y traidores a la patria, hinchas de millonarios y
cobardes langarutos, católicos y
pecadores. O estás con nosotros o te vas de tu tierra. Es muy
satisfactorio que los seres humanos queden repartidos en dos categorías y muy
sospechoso que uno quede siempre del lado de los inteligentes, los arios, los
piadosos, los socialmente comprometidos, los que si amamos al país –términos
superlativos-; mientras que los demás quedan rebajados a ser los judíos, los
burgueses, los comunistas, los inmorales –términos despectivos. Nosotros somos
los buenos, ellos son los malos, y pare de contar. ¿Por qué es tan tentador
pensar de este modo? Recordemos que Adolf Hitler subió al poder por votación
democrática y que no siempre que hay votaciones hay democracia. La democracia
significa igualdad de oportunidad mediática para hacerse oír por el electorado,
supone la independencia del poder ejecutivo respecto del legislativo y
judicial. Cuando un partido político sube al poder y cambia la constitución a
su antojo, y se vuelven indistinguibles el gobierno y el partido, ya no se está
garantizando el derecho a la igualdad de fuerzas en el debate político.
Un mesías político y un mesías religioso cumplen con la
misma función psicológica: prometen la felicidad. Por eso vemos que se adore
como a un santo a un político fallecido, o que se le otorguen poderes políticos
a un líder religioso. Por eso la iglesia católica cumple un papel político en
el mundo y por eso mismo Hitler era un alto jerarca de la iglesia nazi. Las
euforias colectivas son psicológicamente semejantes para los que ven ganar a su
equipo de futbol preferido, y los que ven nombrar o hacen proselitismo por su
nuevo líder religioso o político. Es la misma mentalidad, la mentalidad de la
antigua era, la mentalidad del individuo que necesita un ídolo. Es triste ver
que millones de seguidores de un líder mesiánico no estén educados lo
suficiente como para la racionalidad del debate dialogante. Cuando no se
ha recibido educación filosófica y científica, cuando no se ha promovido la
libertad personal ni se le ha inculcado al educando que construya sus propios criterios, cuando las bajas
condiciones económicas y la presión de la supervivencia no le han permitido a
un grupo humano formarse para usar la corteza cerebral; entonces los asuntos de
una sociedad se resuelven mediante la manipulación de las emociones. Se sabe
que cuando tomamos decisiones emocionalmente usamos las áreas más primitivas
del cerebro, la amígdala, el mesoencefalo; áreas responsables de los campos de
concentración y de las guerras santas. Cuando nos damos tiempo para deliberar,
planificar, considerar, diseñar; usamos las áreas prefrontales del cerebro, de
las que carecen los animales.
Con decisiones emocionales es posible el populismo nazi, el
populismo comunista, el populismo que elige a uno u otro candidato
norteamericano, cualquier populismo. Los grandes expertos en hacer que la gente
no piense por si misma se llaman publicistas, asesores de imagen, jefes de
campaña. También dan tristeza las supuestas democracias en las que todo se
resuelve según las apariencias que produjo una aparición en un debate televisivo.
¿Pero que es preferible, la superficialidad de una votación manipulada por las
campañas mediáticas, o la imposición tiránica de un líder mediante una
ideología consistente en hacer odiar a un chivo expiatorio al que se teme –los iluminatti,
los capitalistas, los comunistas, los satánicos, los católicos, los burgueses,
los proletarios, los ateos-?
En la nueva era la responsabilidad de cambiar el mundo es
personal. EL ídolo ha desaparecido y si existe funciona simplemente como un
recordatorio de que lo importante es el cambio interior. Por eso la nueva
espiritualidad no se basará en una nueva religión, ni secular ni teísta. Lo que
le pasa al que inconscientemente busca un ídolo que le ofrezca la solución es
que sigue dependiendo de algo externo. Esa dependencia la produce un vacío
interior que se llama “falla básica”, que solo se sana cuando hay experiencias
de plenitud interior como las que se producen meditando, sanando
emocionalmente, perdonando, orando o lo que sea.
Los líderes negativos se volverán innecesarios cuando el
mesianismo deje de ser una necesidad sicológica, y esto ocurrirá solamente
cuando maduremos interiormente, cuando la experiencia interior de lo sagrado
haga menos infantiles a los que necesitan una figura idealizada de autoridad
exterior, y cuando lo sagrado salve a ciertos individuos astutos de querer
ofrecerse como salvadores para engrandecer su propio ego. Entonces no será
necesario que haya jerarquías políticas ni religiosas porque habrá desaparecido
todo fundamentalismo. Cuidado con las reencarnaciones de Bolivar, de
Jesús…ojo con los que se autoproclaman iluminados. Si conocen un líder
espiritual que ya fundó su propia escuela de meditación y yoga y la está
difundiendo en el mundo, o un nuevo gurú de una nueva moda psicológica de
origen norteamericano que ya diseñó unos talleres de crecimiento personal que
se multiplican internacionalmente, por favor no se metan de cabeza, caminen con
cuidado, aprovechen lo valioso y desechen lo sospechoso. Muchas escuelas
espirituales y movimientos políticos terminan más interesados en su propia
supervivencia institucional basada en el culto a una persona, que en trabajar
por el mejoramiento de la sociedad y del ser humano mediante los métodos y
enfoques que proponen -lo digo por experiencia propia.
La admiración, el afecto y la gratitud que uno pueda sentir
hacia alguien que simboliza una forma de ver el mundo y de querer mejorarlo, no
debe convertirse en seguimiento ciego, se trata de un delicado
equilibrio. Y aunque parece que la tendencia a seguir a un macho alfa caracteriza
a los primates, también es verdad que los seres humanos somos , genéticamente
al menos, un tanto por ciento diferentes de un simio o un gibón. Ese porcentaje
diferencial nos convierte en seres capaces de comportarnos razonablemente. Y
aunque los últimos ocho mil años de historia nos muestran tendencias de
violencia intergrupal por motivos religioso-políticos concomitantes con la competencia
por recursos naturales y la supervivencia, ya es hora de dar un paso adelante
si queremos evitar la peligrosa combinación de fanatismo y armamentismo nuclear
que podría conllevar a lamentables e irreversibles catástrofes. La lógica
masculina de la guerra, la amenaza y la conducta viril ha dejado de ser
funcional para la supervivencia del ser humano en la tierra. Es hora de
recuperar la actitud femenina, amorosa, afectiva; de ejercer el liderazgo. Y no
es un reto pequeño que pueda superarse creando una nueva doctrina de la
transformación personal, una nueva ideología de la nueva era ni mucho menos una
futura religión mundial. Es todo lo contrario, es un proceso silencioso y
secreto, más privado que público, más intuitivo que racional, consistente en
hacer una especie de vacío interior que le permita irrumpir en nuestro ser a
una especie de milagro.
La espiritualidad es el ejercicio de la autonomía personal,
es todo lo contrario de seguir a alguien, de profesar una doctrina mesiánica,
ya sea de tipo religioso o político o deportivo. El cerebro se figura que
la verdad es una trama de nuevos conceptos, -los de Marx, los de la biblia, los
del último economista- pero el corazón femenino de hombres y mujeres sabe que
la verdad es una actitud amorosa, respetuosa, no controladora, no manipuladora;
que surge del gesto cariñoso y comprensivo, que respeta el camino que cada
quien y cada grupo ha escogido seguir para encontrar la felicidad. Dejemos de
ser niños, dejemos de buscar un padre, conquistemos la experiencia del alma.
Logremos la felicidad del silencio interior para hacer menos daño con el ruido fanático
de la religión y la política. Ya es hora de dejar de esperar que algo externo
nos salve, llámese calendario maya o el papa francisco o Capriles o
Maduro o Maduro o Petro.
Un buen líder ya no será en el futuro quien grite y
vocifere más, sino quien sea más manso y humilde. Las mujeres podrían comenzar
a dar ejemplo de ello en sus cargos públicos y en sus posiciones ejecutivas, en
vez de intentar competir con los hombres usando un lenguaje corporal airado y
seco, al estilo de cierto feminismo trasnochado de corte francés que
masculiniza a la mujer en vez de permitirle usar el poder del amor. Cuando un
líder se eleva en su trono para imponer su autoridad mediante el miedo, lo que
quiere es desempoderar al que lo alaba. El devoto se convierte en un borrego
que ya no se siente comprometido en aportar con su propio crecimiento personal
los elementos que se requieren para que haya un cambio profundo que haga más
feliz al ser humano, porque le entrega ese deber al líder negativo, que usará
ese poder en su propio beneficio. Este es el círculo vicioso que se puede
romper cuando la transformación personal y espiritual se manifieste como
cambios profundos de las instituciones sociales. Ya llevamos muchos siglos
esperando que los cambios institucionales, es decir "las
revoluciones" cambien al ser humano. Es hora de probar un cambio esencial
que vaya desde adentro hacia afuera. La verdadera revolución es el cambio
personal. Y no es que haya que postergar el cambio de lo comunitario, lo
macroeconómico, lo constitucional para cuando estemos a la altura del buda,
sino que hay que lograrlo en paralelo –de lo contrario estaríamos dándole
tiempo a los que oprimen y esclavizan mientras aprovechan que los siervos
solamente se ocupan de la salvación de su alma. Hay que indignarse y
simultáneamente cultivar la no violencia, lo uno y lo otro –pero sobre todo lo
segundo.
Religión institucionalizada, política, guerra,
competitividad y deporte -inventos típicamente patriarcales- tienen un
ingrediente en común: mucha testosterona. ¿Cuándo servirán como modelos de la
dinámica social la poesía, el arte, la solidaridad? Lo femenino en el ser
humano no desea imponerse, no tiene rivales, no aspira a trofeos, no anhela
volverse inmortal mediante estatuas, no erige torres gemelas, no simboliza su
poder mediante rascacielos monumentales -falos de cemento, misiles simbólicos-
catedrales apuntaladas al cielo, no confunde la autoridad con la opulencia, no
construye techos altísimos para hacer sentir ínfimos a los visitantes. Lo
femenino es sencillo y no compite. Pero la testosterona ha servido para
derrotar a los machos rivales en la pelea por la mejor hembra, ha sido la que
nos ha puesto a los varones a exhibir un mejor automóvil, una mejor oratoria. Y
así nos hemos alejado del sencillo acto de disfrutar de la poesía del instante,
del misterio de lo simple; en aras de la utopía prometida, la tierra prometida,
la sociedad prometida, el cielo prometido. Cuando el fin justifica los
medios y la guerra, cuando el encarcelamiento de los opositores -y la represión
de las opiniones en contra- ensucian nuestro presente; entonces lo que ocurre
es que, a la vieja usanza, estamos justificando un presente infernal con la
esperanza de un futuro mejor. Ese futuro no llega, porque es una ilusión del
deseo. Y por eso la historia humana se convierte en la sucesión de una matanza
tras otra, de una violencia justificada tras otra, todo con la excusa de que
habrá un futuro mejor y el ser humano mejorará en el mañana si se comporta como
un asesino en el hoy.
Cuando lo femenino universal dirija los destinos de la
tierra será innecesario querer sentirse especial y destacado, sobrará la
actitud de querer tener la razón, dará lo mismo ejercer o no el poder. Porque
el lenguaje será otro. Un presidente no será llamado "comandante
presidente" porque la milicia y la política habrán sido reemplazadas por
el afecto. No habrá marchas militares y despliegues de aviones de combate el
día de la celebración de la independencia de un país, sino rituales de
liberación de aves y juegos de exhibición de gracia y agilidad en danzas
grupales. Ese día lo curvilíneo reemplazará al ángulo recto, desaparecerán los
cambios de guardia con sus ridículos zapateos contra el piso subiendo la
rodilla hasta el pecho para demostrar valentía, los países exhibirán cultivos
de flores en vez de colecciones de armamentos y balística. Ese día
desaparecerán los juguetes modernos de los niños grandes: los helicópteros
blackhawck, los aviones espía, las gafas infrarrojas para distinguir enemigos
en la noche. Ese día de verdad la humanidad se interesará en la salud, la
vivienda, el empleo, la educación y el progreso de la humanidad; y los países
ricos no se escudarán en argumentos económicos para hacerle el quite al impacto
que se viene con el cambio climático.
Fernando
Baena
Ferbaena7@gmail.com
Filósofo
y escritor
Profesor
de Meditación Transpersonal, psicoterapeuta
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