martes, 23 de abril de 2024

Estamos al Borde

 



Por Fernando Baena Vejarano*

 

Si me preguntaran cuál es la principal razón por la cual considero que el ser humano actual es en promedio estúpido, contestaría que la esfera política es la que mejor ilustra nuestra torpeza para resolver nuestros problemas habitando y conviviendo en este planeta. Seguimos resolviendo como niños pruebas de inteligencia que ya podríamos contestar como adultos (Israel, la franja de Gaza y Ucrania, los patios de recreo del kindergarden). Para trascender el narcisismo tribalista hay herramientas. Nunca tantas soluciones científicas, tecnosociales y sicológicas han estado tan a la mano para que en vez de matarnos dialoguemos, en vez de oprimirnos mutuamente nos solidaricemos, y en vez de sostener unas costumbres financieras y económicas -que claramente no responden a los ideales de equidad, justicia, igualdad y promoción de la calidad de vida- nos encaminemos a construir futuro y esperanza.

Somos una especie muy bruta. Pensamos a corto plazo, nos interesa solamente el bienestar de los muy allegados -como si no pendiéramos de la misma y frágil telaraña que es nuestro ecosistema ecosocial-, y dejamos que nos manipulen los menos aptos, a quienes les damos poder político, es decir, el derecho de diagnosticar e intervenir en la realidad circundante. Luego los felicitamos por haber malgastado nuestros impuestos, por habernos engañado con sus campañas electorales mesiánicas, y por haber hecho mucho menos de lo que mejor asesorados hubieran podido lograr. Para coronar, no dirigimos el dedo índice de la responsabilidad hacia el propio pecho, sino hacia el de ellos: nosotros somos los buenos y las víctimas; ellos los victimarios y los inmorales.

Nos afana, con razón, nuestro pequeño mundo de supervivencias y afectos: comer, trabajar, ganar dinero, obtener títulos, criar hijos, tener quién nos ame y a quien amar. No sacamos tiempo para repensar. Dejamos todo en manos de la así llamada “democracia”, y sembramos indiferencia, sentido del humor resignado e ignorancia para no sentirnos parte de la solución, ni parte del problema. Poco hace el sistema educativo para motivarnos a la participación activa, si se miran las cifras del abstencionismo. Nada aportan las encuestas, que confunden la opinión con el conocimiento a fondo de las coyunturas, las instituciones, los líderes y los candidatos. Se sofistican los mecanismos del poder para autosostener a los privilegiados en su lugar. Los algoritmos en las redes manipulan a mansalva. No fiscalizamos a nuestros representantes ni les seguimos los pasos. Dejamos que el periodismo se prostituya a favor de los dueños del Statu Quo. Si la oposición mete el gol hace lo mismo, bajo la máscara de otra ideología, con las mismas maquinarias del amiguismo, el tapujo, la desviación de la atención, la tajada y la coartada entre los poderes constitucionales. La mala política es siempre el negocio de la promesa, que compran los desesperados, porque se sienten mejor armando manadas y esperando milagros.

No hay un inteligente optimista ni ingenuo. El enterado ha perdido la esperanza. Todo parece desierto. Pero del cielo no caerá maná. Hay que poner manos a la obra. Surgen oasis en los experimentos piloto, las ecoaldeas, el neo-ruralismo conciente, la permacultura, la ecopolítica, el ecofeminismo, las filosofías de la transformación humana integral y sus comprobadas meditaciones y terapias. Pensadores como Ken Wilber ofrecen un mapa de gran calidad para repensar la transformación integral del ser humano y, desde esa plataforma, lanzar cohetes hacia las nuevas prácticas políticas que requiere el siglo XXI. Hanzi Freinacht supera a Wilber, resalta los “atractores” históricos invisibilizados por la moderna democracia liberal de mercado y brinda las bases de la política metamoderna, inspirada parcialmente en el éxito de los países bajos y Escandinavia. Se modelan cosmovisiones que superan los antagonismos entre derechas e izquierdas y que ponen en ridículo el concepto de políticas de centro, superando un modelo lineal y polarizante por una comprensión, por así decirlo, tridimensional y espiralada de la evolución de las sociedades humanas. ¿Pero quién se entera de la existencia de todos estos avances con los que sería posible , reeducando y transformando al ser humano desde su cuna, promover el desarrollo de las inteligencias ética, interpersonal, emocional, estética, espiritual, existencial y cognitiva, para que nos volvamos por fin una especie inteligente, menos dañina para sí misma, capaz de pastorear al ser -como diría Martín Heidegger-, de cuidar de lo sagrado de la vida, de honrar el milagro de la existencia y la conciencia de la que fue dotada? Hay un norte. La brújula dice que hay doce niveles del desarrollo humano y que vamos por el quinto, pero los excursionistas siguen caminando en círculo.

Superemos ya nuestras recetas de patriotismo municipal, regional y nacional. El provincianismo tercermundista nos aísla del debate y las soluciones son urgentes. Seguimos en una especie de eterna guerra civil que cambia de máscaras, pero no de guion. Adoramos el oportunismo en el templo del sálvese quien pueda. Nos conocemos poco. Omitimos nuestra propia insignificancia, y eso nos impide potenciarnos al máximo. No nos confesamos lo ciegos que somos para sentipensarnos como un mismo organismo colectivo. O fracasamos como un todo o damos un salto cualitativo. Estamos al borde. Al borde hay un abismo. O hay un mar de oportunidades infinitas. ¿Nos espera un parapente, o un risco afilado? No depende del destino. Depende de cómo nos lancemos.

·       Filósofo, sicoterapeuta, novelista, poeta, profesor de meditación.

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