Por Fernando
Baena Vejarano*
Si me preguntaran cuál
es la principal razón por la cual considero que el ser humano actual es en
promedio estúpido, contestaría que la esfera política es la que mejor ilustra nuestra
torpeza para resolver nuestros problemas habitando y conviviendo en este
planeta. Seguimos resolviendo como niños pruebas de inteligencia que ya
podríamos contestar como adultos (Israel, la franja de Gaza y Ucrania, los
patios de recreo del kindergarden). Para trascender el narcisismo
tribalista hay herramientas. Nunca tantas soluciones científicas, tecnosociales
y sicológicas han estado tan a la mano para que en vez de matarnos dialoguemos,
en vez de oprimirnos mutuamente nos solidaricemos, y en vez de sostener unas
costumbres financieras y económicas -que claramente no responden a los ideales
de equidad, justicia, igualdad y promoción de la calidad de vida- nos encaminemos
a construir futuro y esperanza.
Somos una especie muy
bruta. Pensamos a corto plazo, nos interesa solamente el bienestar de los muy
allegados -como si no pendiéramos de la misma y frágil telaraña que es nuestro
ecosistema ecosocial-, y dejamos que nos manipulen los menos aptos, a quienes
les damos poder político, es decir, el derecho de diagnosticar e intervenir en
la realidad circundante. Luego los felicitamos por haber malgastado nuestros
impuestos, por habernos engañado con sus campañas electorales mesiánicas, y por
haber hecho mucho menos de lo que mejor asesorados hubieran podido lograr. Para
coronar, no dirigimos el dedo índice de la responsabilidad hacia el propio
pecho, sino hacia el de ellos: nosotros somos los buenos y las víctimas; ellos
los victimarios y los inmorales.
Nos afana, con razón,
nuestro pequeño mundo de supervivencias y afectos: comer, trabajar, ganar
dinero, obtener títulos, criar hijos, tener quién nos ame y a quien amar. No
sacamos tiempo para repensar. Dejamos todo en manos de la así llamada
“democracia”, y sembramos indiferencia, sentido del humor resignado e
ignorancia para no sentirnos parte de la solución, ni parte del problema. Poco
hace el sistema educativo para motivarnos a la participación activa, si se
miran las cifras del abstencionismo. Nada aportan las encuestas, que confunden
la opinión con el conocimiento a fondo de las coyunturas, las instituciones, los
líderes y los candidatos. Se sofistican los mecanismos del poder para
autosostener a los privilegiados en su lugar. Los algoritmos en las redes
manipulan a mansalva. No fiscalizamos a nuestros representantes ni les seguimos
los pasos. Dejamos que el periodismo se prostituya a favor de los dueños del Statu
Quo. Si la oposición mete el gol hace lo mismo, bajo la máscara de otra
ideología, con las mismas maquinarias del amiguismo, el tapujo, la desviación
de la atención, la tajada y la coartada entre los poderes constitucionales. La
mala política es siempre el negocio de la promesa, que compran los
desesperados, porque se sienten mejor armando manadas y esperando milagros.
No
hay un inteligente optimista ni ingenuo. El enterado ha perdido la esperanza.
Todo parece desierto. Pero del cielo no caerá maná. Hay que poner manos a la
obra. Surgen oasis en los experimentos piloto, las ecoaldeas, el neo-ruralismo
conciente, la permacultura, la ecopolítica, el ecofeminismo, las filosofías de
la transformación humana integral y sus comprobadas meditaciones y terapias.
Pensadores como Ken Wilber ofrecen un mapa de gran calidad para repensar la
transformación integral del ser humano y, desde esa plataforma, lanzar cohetes
hacia las nuevas prácticas políticas que requiere el siglo XXI. Hanzi Freinacht
supera a Wilber, resalta los “atractores” históricos invisibilizados por la
moderna democracia liberal de mercado y brinda las bases de la política
metamoderna, inspirada parcialmente en el éxito de los países bajos y
Escandinavia. Se modelan cosmovisiones que superan los antagonismos entre
derechas e izquierdas y que ponen en ridículo el concepto de políticas de
centro, superando un modelo lineal y polarizante por una comprensión, por así
decirlo, tridimensional y espiralada de la evolución de las sociedades humanas.
¿Pero quién se entera de la existencia de todos estos avances con los que sería
posible , reeducando y transformando al ser humano desde su cuna, promover el
desarrollo de las inteligencias ética, interpersonal, emocional, estética, espiritual,
existencial y cognitiva, para que nos volvamos por fin una especie inteligente,
menos dañina para sí misma, capaz de pastorear al ser -como diría Martín
Heidegger-, de cuidar de lo sagrado de la vida, de honrar el milagro de la
existencia y la conciencia de la que fue dotada? Hay un norte. La brújula dice
que hay doce niveles del desarrollo humano y que vamos por el quinto, pero los
excursionistas siguen caminando en círculo.
Superemos ya nuestras
recetas de patriotismo municipal, regional y nacional. El provincianismo
tercermundista nos aísla del debate y las soluciones son urgentes. Seguimos en
una especie de eterna guerra civil que cambia de máscaras, pero no de guion.
Adoramos el oportunismo en el templo del sálvese quien pueda. Nos conocemos
poco. Omitimos nuestra propia insignificancia, y eso nos impide potenciarnos al
máximo. No nos confesamos lo ciegos que somos para sentipensarnos como un mismo
organismo colectivo. O fracasamos como un todo o damos un salto cualitativo.
Estamos al borde. Al borde hay un abismo. O hay un mar de oportunidades
infinitas. ¿Nos espera un parapente, o un risco afilado? No depende del
destino. Depende de cómo nos lancemos.
· Filósofo, sicoterapeuta, novelista,
poeta, profesor de meditación.
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