martes, 23 de abril de 2024

Habrá red completa o no habrá nada

 




 

Crear lazos no es un deber, construir un tejido social solidario no es un lujo, comprender que nuestros destinos regionales están inseparablemente unidos no es una moda espiritual, darnos cuenta de que somos naturaleza, tierra, agua y vida tanto como lo son nuestros animales y nuestros bosques no es una bandera para promover alguna ideología ecologista que nos posicione políticamente. Es simplemente la realidad, un hecho que se impone a nuestra conciencia cuando adquirimos suficientes conocimientos como para llegar al nivel cultural en el que por necesidad nos volvemos éticos.

Querer vivir armónicamente es un simple resultado de haber alcanzado cierto nivel de madurez colectiva. Y la maduración social se alcanza por dos vías principales: o la del sufrimiento, o la de la planeación inteligente de agendas mutuamente provechosas entre grupos humanos convivientes, -y entre el ser humano y la madre vida, la madre tierra-. Del sufrimiento ni hablemos, porque se viene desatando y se desatará aun más el cambio climático, la impredictibilidad  estacional y ambiental, el impacto poblacional y migratorio en escalas no vistas, la lucha por recursos escasos en un amplio abanico de violencias que ojalá no se vuelvan extremas. Pero la esperanza radica en que , como reza el título del libro de Ernst Friedrich Schumacher “Lo pequeño es hermoso”, y como indica su subtítulo , hay que pensar las cosas como si la gente importara. Las tecnologías apropiadas, la pequeña escala,  son poderosas herramientas para que cada microuniverso humano, -llámese municipio, vereda, grupo de vecinos o tribu neorural-, demuestre con la vehemencia de lo cotidiano, con el poder de lo invisible, en el anonimato de los mercados del trueque, con la insignificancia de las pequeñas revoluciones de las madres comunitarias, de los pequeños liderazgos; que las columnas de mármol en las que se fundan las imponentes construcciones de los grandes poderes mundiales tienen bases de barro, como la más humilde de las chozas.

El amor colectivo es a la vez una virtud moral y una necesidad de supervivencia solucionada a la manera de esta especie que somos. Ser Homo Sapiens Sapiens es saber que sin la conducta gregaria el éxito biológico es poco probable, y que igual que los bancos de peces, las nubes de langostas y las manadas de lobos, somos más fuertes para conseguir recursos y nos defendemos mejor de nuestros depredadores y competidores cuando actuamos unidos. Pero ni los cardúmenes de sardinas ni las parvadas de grullas tienen tanto poder destructivo como cualquier insignificante nación que posea apenas un pequeño arsenal atómico o bioquímico. Nuestro reto existencial es alcanzar la estatura espiritual que solo de nuestro propio esfuerzo de autotrascendencia depende. Venimos de entornos de supervivencia tribal. Si contabilizamos el tiempo que hemos existido como especie, la vida urbana, las megalópolis y la hiperconectividad son una novedad de último segundo. No es raro entonces que la intención de tener una narrativa que nos solidarice haya fracasado tan estrepitosamente que estemos a punto de coronar el apocalipsis ambiental con bombas de fisión, para que miles de misiles intercontinentales demuestren en media hora que fuimos un invento excesivo de inteligencia precoz, en un primate incapaz de superar la lógica de las hordas.

Tribales parecemos, más que nacionales, aunque tengamos naciones, si nos comportamos como hinchas de fanáticos deportivos cuando de decisiones racionales para administrar nuestros recursos se trata. Nación y país son palabras inventadas con  pocos siglos de existencia, y la invención de comunidades internacionales es una ficción no menos endeble. ONU, OTAN, UNICEF, UNESCO, OMS; siglas que quieren ser cosas, pero que se desmoronan cuando se trata de imponer una lógica universal de libertad, prosperidad, equidad , paz y justicia que le ponga también freno a los intereses de los conglomerados financieros más poderosos, en detrimento de los más débiles.  El nacionalismo es la simple magnificación del narcicismo personal, y  las peleas cavernarias con gritos de euforia, flecha y arco no se distinguen para nada de los golpes amenazantes de los orangutanes en sus propios pechos cuando hacen pruebas balísticas desde Corea del norte, o cuando  De la madera y la fuerza muscular al petróleo y la fuerza nuclear solo hubo un cambio de nombres por el logro de la supervivencia, que es la consecución de la energía, pero la competencia por las fuentes disponibles sigue definiendo las estrategias de competencia entre las plantas por obtener más luz solar, tanto como las sofisticaciones diplomáticas y los enredijos financieros por imponer una divisa u otra en el escenario bipolar , ojalá por lo menos tripolar, del siglo XXI. Cada vez que una narrativa social logra incluir a más personas bajo una misma etiqueta identitaria se da un paso adelante hacia una competitividad más feroz entre grupos humanos rivales. Hoy tendríamos dos o tres bloques de poder en disputa, uno en rusia, otro en China y otro en U.S.A., pero hasta que no hagamos una narrativa planetaria que nos unifique no habremos superado el riesgo de portarnos como cavernícolas con armas de destrucción masiva. Si seguimos tejiendo redes en disputa, es que no hemos tejido red alguna. Un telaraña, o está completa y tendida hacia todos sus puntos de apoyo, o no es territorio seguro para su tejedora.

Nunca tuvimos una caja de herramientas tan poderosa para transformarnos y mejorarnos a nosotros mismos. Si dejáramos que la sabiduría que hemos alcanzado sobre nosotros mismos tuviera el mando y la responsabilidad de dirigir nuestro destino planetario, el miedo y el armamentismo no estarían asomándose en la agenda europea ante el aviso que representa la guerra de Ucrania. No me refiero al transhumanismo, que peca de creer que la interfaz cerebro-computador nos volverá superhumanos. Si las cualidades emergentes que tenemos no se han generalizado ni nos caracterizan todavía como para que tuviéramos un planeta menos violento, entonces de seguro los robots de Tesla integrados a las inteligencias artificiales, pero programados con objetivos propios de gibones, solo serán extensiones del despotismo. Somos humanos. Podemos tener eventuales conductas compasivas y amorosas que los animales no están diseñados para exhibir tan intensamente.

Me refiero mas bien a los avances de las ciencias sociales en las últimas décadas. Estoy hablando de sicología profunda, de perspectivas transpersonales, de antropología evolutiva, de metateoría integrativa sobre cómo potenciar y transformar al ser humano en la mejor versión de sí mismo- Para tener una idea, es como si se hablara de ADN en Bolivia en tiempos de Mendel, o de teoría de la relatividad en Sri Lanka en tiempos de Galileo. De nada de eso se habla en Colombia, ni de su aplicación en la educación de nuevas ciudadanías, de nuevos paradigmas para la política, la ecología, la conciencia ambiental, el desarrollo comunitario. Seguimos pegados de la concepción de desarrollo social y comunitario de finales del siglo XX. Enfrascados entre mirar hacia la derecha o la izquierda, como si fuera imposible mirar hacia arriba. Necesitamos pruebas piloto como las que ya se hacen en Europa y Estados Unidos, en África y Asia. Hay indicios, pequeños y hermosos, de comunidades renovadas, de pequeños experimentos replicables para conformar tejido social solidario con las más avanzadas tecnologías y artes para elevar la inteligencia emocional e interpersonal, fomentar el diálogo profundo, trascender los mecanismos superficiales de negociación y popularizar, sin banalizar, las mejores metodologías de desarrollo humano.

Los proyectos productivos en Colombia y el mundo son una importante plataforma del desarrollo comunitario. La evaluación e intervención objetiva y oportuna de los procesos de fortalecimiento de los lazos sociales, agroempresariales y financieros es un esencial pilar del tejido humano necesario para conformar la identidad y cohesión solidaria. Es lo que llamaríamos la dimensión externa, estructural e infraestructural del progreso humano, que es el núcleo mismo del mejoramiento solidario. ¿Qué otros factores consolidan ese núcleo del bienestar comunitario? Los internos, subjetivos, e intersubjetivos. Cultura, arte, sentido de vida y transmisión de valores suelen ser los grandes relegados. Son más difíciles de observar y sin embargo no hay progreso que sea posible sin honestidad, transparencia, y, como dirían los filósofos transpersonales, verdad, belleza, orientación hacia la trascendencia y bondad. Hay que incluir, al tejer sociedad,  la formación artística, la adquisición inteligente de tradiciones e identidades religiosas compatibles con el pluralismo y los sistemas democráticos; hay que fomentar las tradiciones literarias y teatrales, las artes plásticas y expresivas en general, a la luz del concepto de transformación humana. Juegan allí las dimensiones que aconseja la metateoría integrativa: “show up” ( vocación, ofrenda a la sociedad, servicio, despliegue social) , “clean up” ( sanación, reconocimiento y manejo de la “sombra”), “grow up” ( desarrollo de la inteligencia cognitiva en sinergia con las otras inteligencias (emocional, interpersonal, existencial, moral, sicosexual, espiritual, etc), y “wake up” (trascendencia progresiva del yo personal y de la identidad individual, en estados de sentido y conciencia superior -identidad colectiva, identidad con la naturaleza, identidad con la fuente trascendente de la vida).

Apenas estamos aprendiendo a tejer comunidad.

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*Autor del libro “Educación Integrativa y Formación transpersonal”, colindante con el tema aquí reseñado.

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