Crear lazos no es un
deber, construir un tejido social solidario no es un lujo, comprender que
nuestros destinos regionales están inseparablemente unidos no es una moda espiritual,
darnos cuenta de que somos naturaleza, tierra, agua y vida tanto como lo son
nuestros animales y nuestros bosques no es una bandera para promover alguna
ideología ecologista que nos posicione políticamente. Es simplemente la
realidad, un hecho que se impone a nuestra conciencia cuando adquirimos
suficientes conocimientos como para llegar al nivel cultural en el que por
necesidad nos volvemos éticos.
Querer vivir
armónicamente es un simple resultado de haber alcanzado cierto nivel de madurez
colectiva. Y la maduración social se alcanza por dos vías principales: o la del
sufrimiento, o la de la planeación inteligente de agendas mutuamente
provechosas entre grupos humanos convivientes, -y entre el ser humano y la
madre vida, la madre tierra-. Del sufrimiento ni hablemos, porque se viene
desatando y se desatará aun más el cambio climático, la impredictibilidad estacional y ambiental, el impacto
poblacional y migratorio en escalas no vistas, la lucha por recursos escasos en
un amplio abanico de violencias que ojalá
no se vuelvan extremas. Pero la esperanza radica en que , como reza el título
del libro de Ernst Friedrich
Schumacher “Lo pequeño es hermoso”, y como
indica su subtítulo , hay que pensar las cosas como si la gente importara. Las
tecnologías apropiadas, la pequeña escala,
son poderosas herramientas para que cada microuniverso humano, -llámese
municipio, vereda, grupo de vecinos o tribu neorural-, demuestre con la
vehemencia de lo cotidiano, con el poder de lo invisible, en el anonimato de
los mercados del trueque, con la insignificancia de las pequeñas revoluciones
de las madres comunitarias, de los pequeños liderazgos; que las columnas de
mármol en las que se fundan las imponentes construcciones de los grandes
poderes mundiales tienen bases de barro, como la más humilde de las chozas.
El amor colectivo es a la vez una
virtud moral y una necesidad de supervivencia solucionada a la manera de esta
especie que somos. Ser Homo Sapiens Sapiens es saber que sin la conducta
gregaria el éxito biológico es poco probable, y que igual que los bancos de
peces, las nubes de langostas y las manadas de lobos, somos más fuertes para
conseguir recursos y nos defendemos mejor de nuestros depredadores y
competidores cuando actuamos unidos. Pero ni los cardúmenes de sardinas ni las
parvadas de grullas tienen tanto poder destructivo como cualquier
insignificante nación que posea apenas un pequeño arsenal atómico o bioquímico.
Nuestro reto existencial es alcanzar la estatura espiritual que solo de nuestro
propio esfuerzo de autotrascendencia depende. Venimos de entornos de
supervivencia tribal. Si contabilizamos el tiempo que hemos existido como
especie, la vida urbana, las megalópolis y la hiperconectividad son una novedad
de último segundo. No es raro entonces que la intención de tener una narrativa
que nos solidarice haya fracasado tan estrepitosamente que estemos a punto de
coronar el apocalipsis ambiental con bombas de fisión, para que miles de
misiles intercontinentales demuestren en media hora que fuimos un invento
excesivo de inteligencia precoz, en un primate incapaz de superar la lógica de
las hordas.
Tribales parecemos, más que nacionales,
aunque tengamos naciones, si nos comportamos como hinchas de fanáticos
deportivos cuando de decisiones racionales para administrar nuestros recursos
se trata. Nación y país son palabras inventadas con pocos siglos de existencia, y la invención de
comunidades internacionales es una ficción no menos endeble. ONU, OTAN, UNICEF,
UNESCO, OMS; siglas que quieren ser cosas, pero que se desmoronan cuando se
trata de imponer una lógica universal de libertad, prosperidad, equidad , paz y
justicia que le ponga también freno a los intereses de los conglomerados
financieros más poderosos, en detrimento de los más débiles. El nacionalismo es la simple magnificación
del narcicismo personal, y las peleas cavernarias
con gritos de euforia, flecha y arco no se distinguen para nada de los golpes
amenazantes de los orangutanes en sus propios pechos cuando hacen pruebas
balísticas desde Corea del norte, o cuando De la madera y la fuerza muscular al petróleo
y la fuerza nuclear solo hubo un cambio de nombres por el logro de la
supervivencia, que es la consecución de la energía, pero la competencia por las
fuentes disponibles sigue definiendo las estrategias de competencia entre las
plantas por obtener más luz solar, tanto como las sofisticaciones diplomáticas
y los enredijos financieros por imponer una divisa u otra en el escenario
bipolar , ojalá por lo menos tripolar, del siglo XXI. Cada vez que una
narrativa social logra incluir a más personas bajo una misma etiqueta
identitaria se da un paso adelante hacia una competitividad más feroz entre
grupos humanos rivales. Hoy tendríamos dos o tres bloques de poder en disputa,
uno en rusia, otro en China y otro en U.S.A., pero hasta que no hagamos una
narrativa planetaria que nos unifique no habremos superado el riesgo de portarnos
como cavernícolas con armas de destrucción masiva. Si seguimos tejiendo redes
en disputa, es que no hemos tejido red alguna. Un telaraña, o está completa y
tendida hacia todos sus puntos de apoyo, o no es territorio seguro para su
tejedora.
Nunca tuvimos una caja de herramientas
tan poderosa para transformarnos y mejorarnos a nosotros mismos. Si dejáramos
que la sabiduría que hemos alcanzado sobre nosotros mismos tuviera el mando y
la responsabilidad de dirigir nuestro destino planetario, el miedo y el
armamentismo no estarían asomándose en la agenda europea ante el aviso que
representa la guerra de Ucrania. No me refiero al transhumanismo, que peca de
creer que la interfaz cerebro-computador nos volverá superhumanos. Si las
cualidades emergentes que tenemos no se han generalizado ni nos caracterizan
todavía como para que tuviéramos un planeta menos violento, entonces de seguro los
robots de Tesla integrados a las inteligencias artificiales, pero programados con
objetivos propios de gibones, solo serán extensiones del despotismo. Somos
humanos. Podemos tener eventuales conductas compasivas y amorosas que los
animales no están diseñados para exhibir tan intensamente.
Me refiero mas bien a los avances de
las ciencias sociales en las últimas décadas. Estoy hablando de sicología
profunda, de perspectivas transpersonales, de antropología evolutiva, de
metateoría integrativa sobre cómo potenciar y transformar al ser humano en la
mejor versión de sí mismo- Para tener una idea, es como si se hablara de ADN en
Bolivia en tiempos de Mendel, o de teoría de la relatividad en Sri Lanka en
tiempos de Galileo. De nada de eso se habla en Colombia, ni de su aplicación en
la educación de nuevas ciudadanías, de nuevos paradigmas para la política, la
ecología, la conciencia ambiental, el desarrollo comunitario. Seguimos pegados
de la concepción de desarrollo social y comunitario de finales del siglo XX. Enfrascados
entre mirar hacia la derecha o la izquierda, como si fuera imposible mirar
hacia arriba. Necesitamos pruebas piloto como las que ya se hacen en Europa y
Estados Unidos, en África y Asia. Hay indicios, pequeños y hermosos, de
comunidades renovadas, de pequeños experimentos replicables para conformar
tejido social solidario con las más avanzadas tecnologías y artes para elevar
la inteligencia emocional e interpersonal, fomentar el diálogo profundo,
trascender los mecanismos superficiales de negociación y popularizar, sin banalizar,
las mejores metodologías de desarrollo humano.
Los proyectos productivos en Colombia y el mundo son una importante plataforma del desarrollo comunitario. La
evaluación e intervención objetiva y oportuna de los procesos de
fortalecimiento de los lazos sociales, agroempresariales y financieros es un
esencial pilar del tejido humano necesario para conformar la identidad y
cohesión solidaria. Es lo que llamaríamos la dimensión externa, estructural e
infraestructural del progreso humano, que es el núcleo mismo del mejoramiento
solidario. ¿Qué otros factores consolidan ese núcleo del bienestar comunitario?
Los internos, subjetivos, e intersubjetivos. Cultura, arte, sentido de vida y
transmisión de valores suelen ser los grandes relegados. Son más difíciles de
observar y sin embargo no hay progreso que sea posible sin honestidad, transparencia,
y, como dirían los filósofos transpersonales, verdad, belleza, orientación
hacia la trascendencia y bondad. Hay que incluir, al tejer sociedad, la formación artística, la adquisición inteligente
de tradiciones e identidades religiosas compatibles con el pluralismo y los
sistemas democráticos; hay que fomentar las tradiciones literarias y teatrales,
las artes plásticas y expresivas en general, a la luz del concepto de
transformación humana. Juegan allí las dimensiones que aconseja la metateoría
integrativa: “show up” ( vocación, ofrenda a la sociedad, servicio, despliegue
social) , “clean up” ( sanación, reconocimiento y manejo de la “sombra”), “grow
up” ( desarrollo de la inteligencia cognitiva en sinergia con las otras
inteligencias (emocional, interpersonal, existencial, moral, sicosexual,
espiritual, etc), y “wake up” (trascendencia progresiva del yo personal y de la
identidad individual, en estados de sentido y conciencia superior -identidad
colectiva, identidad con la naturaleza, identidad con la fuente trascendente de
la vida).
Apenas estamos
aprendiendo a tejer comunidad.
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*Autor del
libro “Educación Integrativa y Formación transpersonal”, colindante con el tema
aquí reseñado.
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