El universo de la literatura
blanca
A propósito de mi novela “Lo
más íntimo de la tierra”
Por Fernando Baena Vejarano
He escrito una novela que no sé cómo
clasificar. Y hoy, cuando presento a ustedes el producto de ocho años de
trabajo que requirió investigar, escribir y producir los ejemplares que van a
llevar a sus casas, no sabría explicarles que tipo de literatura es la que les
ofrezco.
“Lo más íntimo de la Tierra” es una novela
de ficción escrita a modo de bitácora sobre un viaje al interior de la Tierra
hueca, que siete expedicionarios inician en el polo sur. El viaje no resulta
como esperaban. La misión que tienen es más esotérica que geográfica. No
es ciencia ficción, no es realismo mágico, no es novela histórica y no es
ficción histórica estrictamente hablando. No parece pertenecer a algún tipo de
literatura que se esté produciendo en Colombia y por supuesto no trata de la
violencia en nuestro país , ni de la historia de algún capo, algún secuestro o
algún desplazado. De hecho no es una novela sobre temas colombianos, excepto
por el hecho de que refleja las vidas de seis colombianos que ya no viven en su
país. El escenario de mi novela es, en realidad, el mundo. Las literaturas
nacionales son cada vez más difíciles de sostener en un mundo que se ha
globalizado, en el que hay que procurar cada
vez más que los lectores se sientan parte de la humanidad como un todo,
porque ya es así, en red y en unidad, como
son las cosas. No es una novela con consejería espiritual
incluida, como las de Paulo Coelho. Ni es un libro que sirva para conseguir
adeptos . No es una obra metafísica autobiográfica, como las de Lobsang Rampa o
las de Carlos Castañeda. No es un texto de especulación documental, como las de
JJ benitez. Espero haberle dado vida a mis personajes, que no tienen nada de Indiana Jones ni se portan
como héroes. Son seis colombianos y un inglés, unos neohippies poliamorosos,
mochileros , que viajan a India y se conocen allí. Mi novela le exige al lector
que no solamente entretenga la imaginación sino que se plantee preguntas
metafísicas y enigmas arqueológicos. Tal vez sea una obra precursora.
No
soy crítico literario: mi función no es evaluar, en términos de la historia de
la literatura, la pertinencia de mi texto. No soy literato: mi especialidad no es
el estudio erudito de un autor, una época del arte. Soy escritor: lo mío es
contar una historia. Pero no me inquieta menos investigar quien está
escribiendo obras parecidas a la mía y que me aportan ellas o que les aporto yo
a los escritores que tienen ideas semejantes a las que a mí me apasionan.
Hace
dos años lancé una novela que apellidé
“ecológica”. Era la primera novela que producía después de casi 20 años de
silencio literario. Se llama “Esta isla de ecos azules”. En ella, Una mujer que
se comunicaba con los cetáceos viajaba con un extraño grupo filantrópico que
afrontaba el cambio climático. Había situaciones futuristas sobre el papel
y el destino del ser humano en la nueva tierra. Un grupo de escogidos y
una civilización secreta de mujeres intentaban rescatar al planeta de su crisis
ecológica, un hombre valoraba el poder
uterino de la vida mediante un trance que lo llevaba a conocer los orígenes del
mundo. En ese texto me dominaba la
sensibilidad ecológica, la orientación
espiritual y la comprensión femenina sobre
los peligros que acechan al ser humano. Intenté criticar al orden
patriarcal mundial, le hice guiños de admiración a las sabidurías ancestrales.
Hoy,
con esta segunda novela publicada, usaría el epíteto “esotérica” para designarla.
No es la mejor descripción, porque es un adjetivo que lleva a muchos equívocos,
pero podemos intentar otros apelativos luego de darle un rato vueltas al asunto del que trata y al contexto con el
que se relaciona.
Hay
varios elementos que nos pueden servir como brújula para encontrar un lugar
para mi novela en la literatura. El primero es el de la pasión por los temas de
geografía sagrada. Ustedes han oído hablar tal vez de la geometría sagrada, por las enseñanzas de
Drúnvalo Melchizedec. Pues bien, también hay una geografía sagrada: es la
disciplina que se pregunta por todo lo que la geografía tradicional descarta
como tema válido en el estudio del planeta tierra: líneas de energía,
localización de ruinas arqueológicas famosas, lugares secretos de valor para
los pueblos de la antigüedad, civilizaciones perdidas, hundidas y ocultas, etc.
Y uno de esos temas fascinantes de la geografía sagrada es el de la teoría de
la tierra hueca, que dice que nuestro planeta no es sólido por dentro, ni tiene
un núcleo ígneo e incandescente, sino un sol interior y una estructura esférica
hueca habitable. Este es el primer elemento.
El
segundo es el de la historia oculta de la humanidad. Probablemente la pionera
en este asunto fue Madame Blavatski, la fundadora de la sociedad teosófica en
el siglo XIX, en Europa. También los rosacruces y los masones han incursionado
en el tema, pero hay que ir más hacia atrás porque la pasión por las culturas
antiguas realmente comenzó con el emperador Napoleón, un entusiasta del mundo
egipcio. Las aventuras exóticas de los aristócratas ingleses y europeos por los
países orientales, por el medio oriente y África, por las ruinas mayas y otras
historias similares que han hecho eco en películas taquilleras como indiana jones;
se remontan a la sorpresa que produjo saber, cuando se terminó la edad media y
los europeos comenzaron a recorrer el mundo, que la cultura occidental solo era
una de tantas. En la edad media se pensaba que la civilización tenia su origen
en Grecia, luego se vio que Egipto era más antiguo, y después se hicieron
excavaciones entre los rios Tigris y Éufrates
para encontrar que la civilización sumeria era la más antigua de todas. Pero la
historia oculta de la tierra que nos contaron los libros de madame Blavatski
decían otra cosa: nos invitaban a imaginar más atrás aun, nos hablan de que han
existido cinco razas humanas, y que
somos la quinta subraza de la quinta raza en un proceso evolutivo muy complejo
que ha tenido lugar en el remoto pasado, aunque la ciencia histórica no esté de
acuerdo. Por supuesto, habrían existido otros continentes, el de la Atlántida y
el de la lemuria, ya desaparecidos, en los que buena parte de esas
civilizaciones habría tenido lugar. Y antes de eso, pangea, el continente
único, que ya se ha comprobado que existió antes que se dividiera en los
actuales cinco continentes.
Pero en mi caso el que disparó mi interés por la
historia oculta fue Drúnvalo Melchizedec. Aunque yo había leído ya de
adolescente la obra de madame Blavatski y un texto fascinante de Max hendel “Concepto
rosacruz del cosmos”, fue tomando los talleres de la flor de la vida en PHI que
volvi a experimentar un despertar de conciencia al que no me pude resistir. Los
textos de Drúnvalo son tan sencillos y tan fascinantes que me hicieron creer
que de verdad esa geografía oculta y esa historia no revelada de la humanidad
son muy probables. Drúnvalo habla de estos temas con una fascinación que
hipnotiza, es un verdadero mago para
contar historias y en ese sentido, un verdadero novelista oral. Conforme leía
“el secreto de la flor de la vida”, ambos tomos, yo iba sintiendo que se
ampliaba mi visión sobre el propósito de mi vida de una manera increíble. Era
un verdadero ejercicio de la imaginación pensar en la escuela de Horus, en los
vehículos de luz activada que son los merkabahs, en la ascensión a la cuarta y
la quinta dimensión, en las anécdotas de Drúnvalo sobre la alquimia, sus
encuentros con Thot, todo eso. ¡Y Drúnvalo hablaba con certeza, como quien cree
que realmente todo eso ha sido así! Yo tengo un lado derecho de mi cerebro
preparado para ser crédulo y un lado izquierdo hecho para ser escéptico, y
ambos me funcionan bastante bien. Me cuesta bastante trabajo ser solamente
crédulo o simplemente escéptico, ambos extremos me parecen igual de peligrosos.
Así que decidí ser ambas cosas a la vez: tomarlo todo como si fuera la ficción más
entretenida que me habían contado, pero al mismo tiempo dejarme seducir por la
información y tomarla a pie juntillas. Para que eso fuera posible yo tenis que escribir
una novela en la que unos personajes se inclinaran mas por lo uno que por lo
otro, así que escribiendo literatura con lo que drunvalo contaba como historia
objetiva de la humanidad, yo intente
poner de acuerdo a mis dos cerebros. Creo que fue en medio de una clase con
Helmer Zuluaga que en un momento me dije: esto que me están diciendo, sea
verdad o no, es lo más interesante que he oído, y merece por lo menos
convertirse en una novela. Son momentos en los que uno queda amorosamente
condenado a escribir.
De
la tierra hueca no supe por Drúnvalo. Fue en internet, pescando al azar. Y un tema me llevó al otro. Vi que la
geometría sagrada, la historia oculta,
la geografía oculta y la teoría de la tierra hueca estaban muy ligadas. Pero
como la flor de la vida y el merkabah nos llevan a un punto más importante aún,
que es el del despertar del corazón, el del lugar secreto dentro del corazón y
estos nuevos temas que se han estado presentando en PHI, pronto me percaté que
si yo iba a escribir una novela con todo este material sus protagonistas
tendrían que hacer unos progresos espirituales y psicológicos que los llevaran
a despertar al amor cristico, a entrar en la cuarta y la quinta dimensión y a
otros asuntos relacionados.
Entonces
comencé a investigar, ya no solo en Drúnvalo, sino en otros autores. Por un año
no pude hacer otra cosa que leer la obra completa de Zecharia Sitchin, en la
que me embebí como un adicto. El libro “El doceavo planeta” me mostraba un
panorama similar, pero ahora el rigor arqueológico, filológico y el
atrevimiento para postular interpretaciones de la escritura cuneiforme, me
llevaban a ver en la obra del judío de origen ruso una razón más para
apasionarme con la historia oculta de este planeta. ¡Ahora resultaba que la
raza humana era el resultado de una mutación genética producida por
extraterrestres venidos a la tierra a quienes la humanidad había adorado como
dioses! Esto ya era como para enloquecer del todo, y mucho me temí que me
pasara como a don quijote de la mancha, que enloquece leyendo novelas de caballería.
Mi esposa estuvo a punto de confabularse con alguien más para quemar mi biblioteca
y traerme de vuelta al mundo real y yo estuve a punto, no de ver molinos de
vientos convertidos en gigantes que me desafiaban, sino de ver ovnis, seres
gigantes, lanzaderas espaciales, diluvios y extraterrestres en vez de
edificios, casas y automóviles en el barrio de chapinero donde vivo.
No
vi que coincidieran exactamente las versiones de Drunvalo y de Sitchin, y por
mucho tiempo esto me intrigó. Me tensionaba también que otro autor más, Rudolf
Steiner, diera una versión metafísica, a su vez, diferente; especialmente de la
historia de la Atlántida y del papel de
jesus como mediador de la bendición crística en la evolución terrestre. Años
atrás le había echado muela al libro de Urantia, que es todavía más enigmático
y de tendencia, igual que en el caso de Steiner, bastante cristiana. Va un poco
en la línea del curso de milagros: subvalora bastante la importancia del
budismo y del hinduismo, del islam y del taoísmo, de la sabiduría nativa y de
otras tendencias religiosas, a favor del papel de jesus como salvador principal
de la humanidad. Era de verdad difícil no indigestarse con tantas versiones
diversas acerca de la historia oculta de la humanidad.
Pero
pensé que tenía que haber una forma de conciliar y de colocar en un todo
coherente cada pieza del rompecabezas. Me fui a la isla de providencia con mi
esposa y cuarenta gigas de información en un computador, y dedique con
disciplina todas las mañanas y todas las noches, por ocho horas diarias, a leer
aun más textos relativos al asunto. Pude además ir descubriendo que el tema de
la aeronáutica antigua y de los viajes en el tiempo había sido de gran
importancia para el esoterismo europeo en Alemania y me introduje en el
peligroso escondrijo de la relación que tuvieron los grupos esotéricos nazis
con el tema de los ovnis, los viajes en el tiempo y otros tópicos fascinantes.
Encontré textos de ariosofía hindú: yo no sabía que Hitler había tenido tantos discípulos
hinduistas y eso me empezó a dar escalofríos. Encontré excelentes biografias
del lado esotérico del fuhrer alemán, que me alertaron sobre el lado oscuro y
el mal manejo de las ciencias y magias espirituales, además de brindarme pistas
para el desenvolvimiento del tema y de la trama de la novela. JJ Benitez tenía
descifrados varios elementos sobre la teoría de la rebelión luciferina,
compatibles tanto con Steiner como con el libro de Urantia. Poco a poco, en
fín, fui permitiendo que ese caos de lecturas, reflexiones, sustos, sorpresas,
desvelos; se asentara en mi mente preconciente, para prepararme a la escritura
de buena parte de la novela que hoy les estoy regalando.
Me
parece hoy, después de todo el trabajo que puse en conseguir el texto final,
que el proceso creativo de escribir esta novela es un tanto mágico. En
realidad, es como si no hubiera surgido de mí, sino de la enorme cantidad de
autores que se han quemado las pestañas intentando responder a la pregunta
acerca de quiénes somos como humanidad, de donde procedemos y para donde nos
dirigimos en pleno siglo XXI, cuando tantos peligros nos hacen sentir frágiles
y necesitados de respuestas. ¿Habrá una tercera guerra mundial? ¿Ha tenido
sentido todo el sufrimiento que la humanidad ha padecido? ¿Forma parte de la
evolución del ser humano hacia estados superiores de conciencia que hayan
existido todas las misteriosas culturas de la antigüedad? ¿Tenían ellas
tecnologías superiores a la nuestra? ¿Hubo civilizaciones más espirituales y
sabias, y que debemos aprender de ellas? ¿Hay vida en otros planetas y
descendemos de seres inteligentes que nos modelaron a su imagen y semejanza?
Mi novela fluyó en respuestas a todas
estas preguntas, que me parecen validas una por una. Me cuidé de presentar de manera muy pedagógica y secuencial los conceptos
que se necesitan para que un lector no familiarizado con terminología
metafísica o espiritual pueda paso a paso comprender la trama y el tema de la
historia. Cuando leí, ya terminado, el manuscrito final, me
sorprendí de haber sido el autor de todo eso. Si: había surgido de mí. Pero no:
en cierto modo, yo he sido solamente un instrumento para que se pueda
sintetizar, de una manera concisa, todo ese caudal de información en el que, de
verdad, me encanta creer. Me gusta mucho mas creer que no creer. Al mismo
tiempo, me advierto a mi mismo a toda hora que no debe creerse de manera ciega
nada en absoluto, ese es un enorme peligro, conduce al fundamentalismo y a la
violencia política y religiosa. Pero
creer es una habilidad que nos hace mas humanos, que nos vuelve mejores
personas, sobre todo cuando sirve para encontrarle sentido al mundo, para
mantener la esperanza en un mundo mejor, para intentar volvernos seres más
amorosos. El escepticismo que aunque no lo parezca también es una creencia –una fe en lo que niega- , no es una
creencia saludable: cierra el corazón, seca el alma. Y por eso el arte
vivifica, como espero que lo haga esta novela: porque, imaginarias o no,
nuestras ideas espirituales y religiosas, nuestras explicaciones metafísicas y
evolutivas son lo más real que tenemos para
confiar en el propósito de la vida. Yo creo que es muy poco
inteligente tanto el extremo del escepticismo que desdeña lo inusual como si
cualquier idea novedosa fuera por eso
mismo falsa, como el de la credulidad ciega. No se asemejan. Se diferencian
mucho.
Pero, por cierto, creo que no solo creo
por creer. He encontrado razones para pensar que la historia no fue como nos la
contaron en el bachillerato, y que todo ciudadano inteligente debe dudar de que
la historia sea como se la enseñaron. Hay demasiados enigmas que dejan de serlo
si simplemente reconstruimos nuestro pasado a la luz de teorías históricas como
las de Blavatski, Drunvalo, Sitchin y Steiner. Por su parte, la hipótesis
de una Tierra solida sigue siendo eso, porque lo más profundo que se ha logrado
excavar para observar cómo es realmente el interior terrestre no pasa de los 12
kilómetros. En mi novela la Tierra tiene un interior hueco con un sol central
flotante que le da energía a los seres que habitan allí, pero no le puedo
adelantar al lector cuáles son esos seres ni cómo interactúan con los
expedicionarios. Me inspiro en teorías geográficas alternativas, que no
respaldan los geólogos ortodoxos, pero que han sido defendidas por ilustres
científicos como Edmund Halley, famoso por el cometa que lleva su nombre.
Una novela puede ser algo más que ficción
siendo simplemente una novela. Recordemos que todas las de julio Verne que
parecían aventuras fantásticas se volvieron hechos reales : el viaje a la luna,
los submarinos por ejemplo. Recordemos que las novelas de ciencia ficción de
Julio Verne se fundaban en sus lecturas de actualidad científica. Y la
mitología con frecuencia nos lleva al descubrimiento científico: Troya era un
mito literario Griego y la civilización Sumeria era una leyenda bíblica hasta
que Schielmann descubrió la ciudad y lo propio ocurrió con las decenas de
poblaciones desenterradas en Mesopotamia. Tal vez algún día encontraremos el
dorado. La literatura es un ejercicio muy saludable de la imaginación: ni nos
fanatiza como el mito religioso, ni nos cierra la mente como ocurre con la
ciencia escéptica.
Pero mi novela es muy diferente de la del “Viaje
al centro de la tierra”. En mi obra viajar al centro de la tierra es meramente
un símbolo de una aventura mucho más valiosa, que tiene que ver, por un lado,
con un proceso de sanación emocional que necesitan hacer los incursionistas, y
por otro con la revelación que ellos
obtienen acerca de la historia oculta de la Tierra. No sólo me interesa
transgredir el dogma geográfico, sino también explorar lo que sucedería si la
historia de la humanidad, como nos la han contado, fuera nada más que la punta
del Iceberg acerca de las civilizaciones y la evolución de la conciencia humana
en este planeta.
No soy el único escritor en usar la teoría
de la tierra hueca como escenario, pero como ya he leído las novelas que se le parecen puedo aseverar
que la mía es la más propositiva y original, en la medida en que integro lo
geográfico, lo histórico, lo psicológico y lo metafísico. Mario Mendoza escribió
“Mi extraño viaje al mundo de Shambala”, publicada por Arango Editores en 2013.
Es un texto para preadolescentes que parece una reiteración de la ruta que
hicieron los personajes de “Viaje al centro de la tierra”, en la que se
trastocan los detalles del viaje, a la colombiana, para hacerle un homenaje a
villa de Leiva y colocar como héroe de la historia a un niño. Mario Escobar
Golderos, un español, ha escrito la saga “Misión Verne”, en la cual se repite
también, casi que literalmente, la travesía Verniana, pero esta vez en el
contexto de la Alemania nazi y sus círculos ocultistas. Mejor preparada y con
más investigación que la de Mendoza, la de Escobar resulta entretenida para
adeptos al tema.
No sé si un crítico
literario, para volver al asunto de cómo clasificar mi novela, asociaría mi
nombre con el de ciertos investigadores y escritores que respeto y a los que no
les doy ni a los tobillos. Comparto con varios escritores el interés por ficciones
históricas noveladas. Felipe Botaya, por ejemplo, escribió “Tecnología Oculta de
la Segunda Guerra Mundial”. Es una novela sobre el
proyecto más importante del III Reich, dirigido por el General SS Dr. Hans
Kammler, que llevó a los nazis al desarrollo de la ingeniería del tiempo para
crear una máquina que viajara a Etiopía y obtener una poderosa reliquia :el
Arca de la Alianza. Su misión: trasladarla a Normandía antes del famoso Día D y
evitar la invasión aliada. Admiro a Miguel Celades Rex , un investigador
apasionado del asunto extraterrestre desde los 14 años, cuando tuvo acceso al
documental "Recuerdos del futuro y Regreso a las estrellas" de Erich
Von Daniken y al libro "S.O.S. a la humanidad" de J.J. Benitez. Es una persona muy consciente de la gran
cantidad de información que los
gobiernos ocultan a la opinión pública para impedir que se forjen con menos
especulación y más datos las teorías alternativas acerca de la historia terrestre.
Rudolf von Bitter Rucker es un matemático Americano y autor de ciencia ficción , fundador del
movimiento literario ciberpunk. Escribe sobre física de la cuarta y quinta
dimensión, abducciones alienígenas, el infinito, y defiende la corriente literaria
transrealista que propone mezclar elementos de la fantasía que simbolizan la
transformación psicológica humana, para resolver enigmas científicos.
Sea como sea, y aunque no puedo responder
a la pregunta con la que comencé esta charla, tengo la esperanza de que, con
novelas como la tengo el gusto de entregarles hoy, sea posible abrir nuevos
caminos para la literatura y también para la espiritualidad humana de los
lectores colombianos y de otros países.
Me parece que la literatura va a tener que entrar en una nueva era, porque también el arte va a tener que ascender. La ascensión del ser
humano a niveles de consciencia superior implica cambios en todo sentido. Pero
cuando uno lee la novela como expresión del nivel cultural del planeta, da la
impresión que aun no da el salto. Hay demasiada tragedia. Hay, por ejemplo, un
género que ustedes conocen, el de la novela negra, al que yo me opongo. Yo propongo
lo contrario, lo que he llamado novela blanca. Novela negra es la que se inspira en el mundo profesional del
crimen, como la define Raymond Chandler en su ensayo “”El simple
arte de matar”. La caracterizan personajes oscuros, lenguaje desafiante,
antilirismo en la expresión, descripciones de ambientes degradantes, argumentos
violentos, antihéroes, ausencia de personajes moralizantes, individuos derrotados
y deliberadamente condenados al fracaso, interés por dibujar los peores
aspectos del ser humano y descripciones crudas de hechos abominables. Yo digo
que a la novela negra, si vamos a entrar en una nueva etapa, si eso está
ocurriendo ya desde el año 2012, la va a reemplazar una novela que, por
oposición, será blanca. Ojalá
nunca la luz se vuelva tampoco un monopolio, pero sí que sería terapéutico que
decayera la estética de lo oscuro. Los escritores de la
etapa de la historia que está terminando ven al ser humano como un error
garrafal de la naturaleza, un simio que arrastra consigo una baja y esencial
motivación moral. De propositiva que era en el siglo XIX, la novela pasó a
ser cínica, satírica desde el siglo XX, caracterizada por un mandamiento implícito:
no moralizarás, idealizarás ni insinuarás como escritor que tienes alguna
promesa respecto al problema humano, o serás excluido de la historia de la
literatura. Hay un gran negocio editorial, hoy en día, fundamentado en nutrir
aun más el pesimismo, el fundamentalismo, la música pesada y la caracterización
del deterioro ético de un planeta imposible ya de diagnosticar, por lo
complejo. Los periódicos amarillistas venden más que los que intentan el
equilibrio. La sangre vende. Cualquier negociante literario sabe usar el sexo y
la violencia para escalar. Hasta el éxito reciente de los mejor vendidos que
ahora se ofrecen en los supermercados es un descendiente directo de la ecuación
arte igual crudeza: se compran muy bien las historias de mujeres que piden ser
sodomizadas por profesionales del sadismo. Y esto también se va a terminar, porque el ser humano debe
evolucionar ya, para bien del planeta tierra.
Dentro de un siglo habrán desaparecido,
ojalá, de la literatura , las leyendas draculescas, el vampirismo, las historias de zombies. Todo
eso entretiene la energía del temor, en vez de fundar una civilización
planetaria del amor. Serán, ojalá, cosas del pasado, las historias de adictos,
asesinos ocasionales, personajes morbosos, misóginos, traficantes, humor negro,
fatalidad ciega, los bestsellers de la pedofilia y el asesinato en serie. Los
lectores de novelas negras, hoy en día,
toman como ejemplo de vidas valiosas a los artistas del pasado que no fueron,
precisamente, seres felices y armónicos. Eso cambiará cuando el arte sea una
fuente de inspiración, alegría, gratitud y esperanza para el ser humano, en el
mejor futuro que confiamos que vendrá.
Uno ve estudiantes de literatura que procuran con todas sus fuerzas
adolescentes morir temprano como Rimbaud, ser alcohólicos como Bukowski, tener
problemas mentales como Poe, contraer sífilis como Nietzche, para obtener el
diploma de artistas inteligentes. Hablan muchos del suicidio como algo
glorioso, rara vez ciertas tribus urbanas de adolescentes disfrutan en el arte
de un guiño romántico, de algún ademán bucólico, de cierto coqueteo con la
belleza del entorno natural. En ambientes intelectuales, por otra parte, he
visto que los editores se sienten inseguros de ofrecer otras opciones a los
lectores para no bajar de “status”. Si los personajes del texto no sufren
interiormente de principio a fin, si encuentran una salida para sus problemas,
suenan las alarmas: ¡la felicidad, la armonía, la esperanza, no pueden ni deben
definir la percepción estética de la vida! Escándalo: la novela está enferma,
el autor es un ingenuo, el final parece “feliz”.
Y no
hay por qué despreciar al escritor maldito, al que tomó como fe personal
que vivir es una tragedia y que el fracaso es una característica inherente de
todo aquel que haya nacido. Pero el problema de una tendencia es que se vuelva
un monopolio. El premio nobel rara vez se ha dado a escritores que resalten de
alguna manera las posibilidades trascendentes de la vida. El galardón ha sido
dado rara vez a la literatura de tonalidad “blanca”, como si solamente cuando
se trata del género juvenil e infantil una cosmovisión trascendente tuviera
cabida: Rabindranath Tagore en 1913, Rudyard Kipling en 1907, Gabriela
Mistral en 1945, Hermann Hesse en 1946, Pablo Neruda en 1971. Ninguno de estos
escritores dejó de expresar que sufre, que hay zonas oscuras. Pero fueron
afirmativos en vez de quejumbrosos, positivos en vez de displicentes,
creyeron en vez de desistir y no inculcaron la idea de que el tono depresivo
era sinónimo de lucidez estética. Sin embargo, la academia sueca no parece
haberse caracterizado por resaltar a los que optan por cantarle a la vida. ¿O
es que eso es imposible por fuera de la poesía, por fuera de la alegría de la
infancia y la confianza de la juventud temprana? ¿Es imposible la novela blanca
para públicos adultos?
Por milenios ha existido la literatura
como canto a la vida. La mujer, con mayor probabilidad que el hombre,
sabrá volver a gestar en las tierras de la novela un nuevo tono que nos levante
el ánimo, una espiritualidad afirmativa que supere el panfleto comercial de
Paulo Coelho pero reivindique sin embargo la intención de rescatar al lector de
la moda gótica, del desaliño de las tribus urbanas. Se necesitan mujeres que
prueben que el futuro del superhombre será tener útero y amar la vida por
encima de todas las cosas. En su búsqueda de identidad los jóvenes lectores se
merecen algo más que escoger entre formar parte de los darks, los emos, los
skin heads, los frikis y los heavies.
¿Puede a veces la novela anunciar un
camino que todavía no representan los medios de comunicación, centrados en el
amarillismo, en la venta de una realidad que se compra porque el miedo, el
horror y la crueldad consiguen más seguidores que los que quieren amar lo
posible, agradecer lo existente, fundar una espiritualidad afirmativa que
bendiga la vida sobre la tierra? Los prejuicios de la novela negra serán vistos,
dentro de un siglo, tal vez antes, como un síntoma de lo extraviado que estaba
el arte de su verdadero y más profundo propósito espiritual. Las novelas del
futuro hablarán de aldeas ecosostenibles y regiones liberadas del imperialismo
globalizado. Surgirán propuestas literarias luminosas cuando el panorama
nacional y mundial se vea más despejado. En las novelas del futuro surgirán
personajes que sin ingenuidad pero con amor abrirán su corazón. Y espero que mi
novela, en ese sentido, ya esté aportándoles a ustedes su granito de arena.