martes, 23 de abril de 2024

Villa Sodoma

 



Fernando Baena Vejarano

Era el año 2.123 en Villa de Leyva. Pero ahora se llamaba Villa Sodoma. El alcalde, don Faustino, acompañado de sus ediles, había seguido los sabios consejos de una empresa de mercadeo turístico con la que habían contratado un estudio para mejorar la industria del hospedaje. El asesor les había dicho que según los algoritmos y las encuestas atraerían más turistas si le  ponían un nombre menos histórico. Esos mismos expertos habían aconsejado y aplaudido en el año 2050 el reemplazo de las obsoletas calles empedradas –“aptas para caballos, no para personas”, según rezaba el decreto- por modernas y futuristas  pistas pavimentadas. Al entrar el siglo XXII esas mismas rutas pavimentadas se habían cambiado por cintas y escaleras  eléctricas  peatonales, automatizadas. Los turistas ya no caminaban, sino que se dejaban llevar, de pié, inmóviles, insensibles a las fachadas coloniales; conectados al metaverso mediante gafas y trajes plateados, climatizados y holotáctiles.

Quien quisiera podía consultar en línea la historia del progreso de Villa Sodoma. Una inteligencia artificial respondía preguntas en línea. ¿Quién tuvo el chispazo de acabar con las plazas de mercado campesinas para convertirlas en centros comerciales? ¿Cómo se convenció a los turistas de dejar la gastronomía boyacense, para pasarse al consumo de sintéticos importados? ¿Cómo se logró progresar tanto que desapareciera finalmente la agricultura campesina, las artesanías de Ráquira? Para enseñarle a los niños a burlarse del siglo XXI había un museo virtual con ruanas, telares, música de carranga, bailes antiguos con vestimentas tradicionales y filmaciones de fiestas patronales. Y si un  turista quería salir de su hotel, lo llevaban en un dron por encima de las antiguas tierras veredales, -ahora pobladas de gigantes complejos hoteleros- para que apreciara la Zaquencipá progresista, tapizada de invernaderos automatizados. Los descendientes de pobladores originarios hacían cursos para entender que la felicidad no provenía de tener  familia, ni finquita, ni hijos y nietos que heredaran tierras.  Vivían en apartaestudios unipersonales construidos encima  de la antigua plaza de Nariño. Tenían un seguro de cremación, por si se decidían por la eutanasia.

Y a todo esto se le llamó desarrollo.

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