miércoles, 18 de octubre de 2017

Narrativa ecologista y novela blanca en “Esta Isla de Ecos Azules”

Narrativa ecologista y novela blanca en “Esta Isla de Ecos Azules”

Por Fernando Baena Vejarano

“Pero el orbe novelístico es el mundo de los deseos, de los sueños e ilusiones, de la realidad que no fue o no pudo ser: siempre un poco la inversa del mundo cotidiano; siempre un poco la tendencia a realizar lo contrario de lo que nos rodea. De ese modo, en el siglo del orden burgués proclamó el desorden y la anarquía, y héroes como Raskólnikov pusieron bombas debajo de los puentes y vías de comunicación de la hipócrita sociedad en que sufrían. Pero ahora, cuando las guerras totales y los totalitarismos nos han traído el caos universal, la novelística busca inconscientemente una nueva tierra de esperanza, una luz en medio de las tinieblas, una tierra firme en medio de la gigantesca inundación. Se ha destruido demasiado. Y cuando lo real es la destrucción, lo novelesco no puede ser sino la construcción de alguna nueva fe”.


Ernesto Sábato, “El escritor y sus fantasmas”




En un taller de cantos ancestrales y arquetipos femeninos, hice por solicitud  de Juliana Gonzales, una impecable escritora y maestra, un corto párrafo sobre un tema mítico. Hay que cuidarse de dar pequeños pasos, de echar a rodar bolas de nieve, porque se pueden volver avalanchas. En este caso, las palabras que rodaron y empujaron a otras y a otras más, destruyendo hábitos y resignificando mi visión del mundo, se terminaron gestando como una novela. Escrita en el año 2012, “Esta Isla de Ecos Azules” abrió una etapa de producción literaria que no me propuse iniciar, ni he podido refrenar desde entonces.

Desde adolescente me fascinaba el misterio del mar,  me extrañaba  que  la gente se identificara en primer lugar con su país o su partido político o deportivo, -y solamente en tercer lugar con este planeta, nuestro hogar verdadero- , y me dolía ver a nuestra “Tierra Patria” –como la llama Edgar Morin- en manos de intereses comerciales y mentalidades mercantilistas. También desde que recuerdo he presentido que la mujer tiene secretos que podrían rescatarse para salvarnos de la hecatombe. Pero no sabía que estos ingredientes podrían convertirse, sin que tuviese voluntad para oponerme, en una especie de saga sobre la salvación, o destrucción, de la especie humana, en una especie de carta que me terminé dirigiendo a mí mismo, para reabrir mi sensibilidad hacia la vida. Una mujer que se comunicaba con los cetáceos se comunicó conmigo, me obligó a convertirla en un personaje de novela y a viajar con un extraño grupo filantrópico que afrontaba el cambio climático. Me puso en situaciones futuristas sobre   el papel  y el destino del ser humano en la nueva tierra.  Me llevó a descubrir a un grupo de escogidos y a una civilización secreta de mujeres que  intentaban rescatar al planeta de su crisis ecológica, a seguirle los pasos a un hombre que –cosa excepcional- valoró  el poder uterino de la vida mediante un trance que lo llevó a conocer los orígenes del mundo.  Se me reveló, mejor que como lo tenía filosóficamente teorizado, el tenebroso carácter del orden patriarcal mundial, y le hice guiños de admiración a las sabidurías ancestrales.  Terminé plasmando como narración literaria mis críticas filosóficas a la racionalidad científica, a la lógica de la productividad, al monopolio de la evaluación costo/beneficio en todas las áreas de la vida, a la  terca actitud de pensar en la naturaleza como un recurso a disposición del ser humano en vez de percibir  a la madre tierra como una entidad con derechos. Proclamé , obligado por el corazón de la Tierra, ya no los derechos humanos, sino los derechos de todos los seres vivos y de su gran matriz sagrada. Y todo por dar un pequeño paso, por  escribir un pequeño mito sobre uno de los arquetipos de la diosa.


No sabría cómo clasificar mi novela. Tampoco es mi rol como escritor hacerlo, no soy crítico literario. Mi función no es evaluar, en términos de la historia de la literatura, la pertinencia de mi texto. Soy escritor: lo mío es contar una historia. Pero no me inquieta menos investigar quien está escribiendo obras parecidas a la mía y que me aportan ellas o que les aporto yo.
 No me parece tarea fácil , sin embargo,  autoclasificar mi narración. No es ciencia ficción, no es novela histórica y no es ficción histórica estrictamente hablando. Intentando comprender lo que escribo, produje algunos textos en el año 2016, mientras terminaba mi Maestría en Creación Literaria en la Universidad Central, sobre lo que quise bautizar “Novela Blanca”, para referirme a las que desde entonces he escrito. Parezco incapaz de reducir mi mirada literaria  a temas coyunturales e históricos de la realidad colombiana, aunque mis personajes  reflejen a veces, de manera lateral, asuntos de mi país. Escribí, eso sí, el texto, porque sentí la compulsión de decir algo, es una responsabilidad que siento hacia la vida, es lo mínimo que puedo hacer como habitante de este planeta cuando veo cómo matan a palazos a los delfines en  Japón o acaban con nuestras faunas y floras en los páramos de Colombia las empresas mineras. Y no  sabría confesarme seguidor de otros tipos de textos similares,  a los que me he aproximado luego, y no antes, de la escritura de esta novela. Por aquello de las ballenas y el amor por los mares australes es entretenido revisar a Francisco Coloane, a Melville, a Julio Verne y a Conrad; por supuesto. De Coloane suena mucho “los conquistadores de la Antártida”, pero no hay pensamiento antipatriarcal ni ecologismo allí. Luis Sepúlveda, mas contemporáneo, Chileno, tiene buenos relatos ecológicos, o más exactamente, ambientalistas. Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel, francés, tiene un toque existencialista que combina con una gran admiración por las culturas no occidentales. Dicen que de él es bueno leer  “Urania”. Y Celso Román, por supuesto, es un reconocido escritor que transpira conciencia ecológica en cada una de sus narraciones para niños. Pero mi novela  no es ambientalista, ni está explícitamente dirigida al público Infantil, -como las del Celso- (aunque no sería mala idea hacer una versión juvenil y otra infantil de la misma).


El escenario de esta novela ecologista  es, en realidad, como en casi todas las otras que me han sentado ante el teclado, el mundo. Las literaturas nacionales me parecen cada vez menos agudas cuando intentan ocurrir  en un mundo provincial, no globalizado. Para bien o para mal ahora somos red y en unidad es como  son las cosas. No es una novela nacional.  Tengo una óptica espiritual, pero evité hasta donde pude poner mi texto al servicio de algún tipo de consejería, o de confundir lectores  con adeptos. Tampoco tuve pudor para enviar un mensaje al lector, pero espero no haberla convertido en una obra con moraleja. No es una obra metafísica autobiográfica, ni un texto de especulación documental, ni mis personajes, que son épicos hasta cierto punto, se portan como héroes idealizados, al estilo de una saga juvenil. Creo que no. Mi novela le exige al lector que que se plantee preguntas metafísicas y enigmas oceanográficos. Tal vez sea una obra precursora.
¿Calificaré como “ecológica” o “ecologista” a esta obra? Es la primera novela que produje después de casi 20 años de silencio literario. Al igual que en la que vino después, llamada “lo más íntimo de la Tierra”, que es una novela pedagógica sobre la historia oculta de este planeta y de la evolución humana,  en “Esta Isla de Ecos Azules” me apasiono por lo que podría llamarse “geografía sagrada”. ¿Cuáles sitios hay, que queden aun por explorar, hoy, en pleno siglo XXI? ¿El fondo delo smares? ¿El interior terrestre? ¿Una isla desconocida? La esperanza romántica de esa pregunta, es que quede todavía alguna zona blanca en alguna parte , que no esté manchada de petróleo, chips, y dólares.

Me divierte investigar, no para preguntarme si es una verdad científica, sino para tener excusas literarias, todo lo que tenga que ver con líneas de energía, localización de ruinas arqueológicas famosas, lugares secretos de valor para los pueblos de la antigüedad, civilizaciones perdidas, hundidas y ocultas, etc. Y uno de esos temas que se me quedó pegado a la imaginación fue el de las veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, a quien leía con vehemencia en mi biblioteca escolar, ya desde la preadolescencia.

Junto a la geografía sagrada, que me gusta creer que existe, me divierte pensar en la historia oculta, pasada y futura, de la humanidad. Hay que ir más hacia atrás de la historia oficial que nos contaron, por el puro ejercicio de romper el paradigma para posibilitar percepciones nuevas. En esta novela, me he preguntado cómo habrán sido las sociedades prepatriarcales, porque toda la historia conocida es  la épica autoproclamada del patriarcado. Patriarcado egipcio, el que ocupó a los eruditos mecenados por el emperador Napoleón. Patriarcas aristócratas ingleses y europeos, los que nos contaron con perspectiva patriarcal sus colonizaciones de los demás continentes, sus versiones  sobre el  medio oriente y África, o sobre las ruinas mayas. ¿Pero cómo habría sido una civilización prepatriarcal?¿Existieron la Atlántida y la lemuria? Que existan, sí, para la literatura fantástica, que es el único escapismo que nos queda para confrontar la pequeñez mediática del planeta, y la asfixia de la realidad  hipervigilada que nos controla.

Vi que la historia oculta, la geografía oculta y la invisibilización de la mujer estaban muy ligadas. Uní la aventura del Nautilius, que reposaba en mi memoria de largo plazo, con el misterio de  lo femenino, que me ha intrigado desde antaño. No supe cómo, y cada capítulo exigió otro más, que pidió un tercero. Y resulté novelista nuevamente, ahora ya no de dos, sino de seis obras, que le guardan la gratitud que se le debe a una madre, a esta, la novela ecologista que hoy les comparto.


Las preguntas que no nos podrá resolver nunca la ciencia, que nos las invente el arte. Son las mismas que me hago en “El despertar del Colibrí”, mi última novela publicada, premiada en un concurso interino de un taller de novela corta del Fondo de Cultura Económica, o en “Reloj de una Misma Arena”, la novela con la que obtuve mi maestría en la Universidad Central.¿Habrá una tercera guerra mundial? ¿Ha tenido sentido todo el sufrimiento que la humanidad ha padecido? ¿Forma parte de la evolución del ser humano algún tipo de reestructuración psicológica de los hombres y de las mujeres, que nos aleje de las caricaturas de lo femenino y de lo masculino tan ligadas al carácter depredatorio, beligerante y antiecológico de la humanidad presente ¿Hubo civilizaciones más espirituales y sabias, y qué debemos aprender de ellas? ¿Hay vida en otros planetas u otros seres inteligentes no humanos que puedan surgir de las cenizas de la civilización?

Mi novela corre por las venas de todas estas preguntas, intentando creer , literariamente, en las respuestas; porque a falta de certezas, buenas son crencias lectoras o poéticas. Necesitamos un mito que nos saque del abismo.  Algún mito sobre la nueva creación que se necesite cuando nos hundamos los descendientes de los tripulantes  del arca de Noé, quienes obviamente no hemos hecho un trabajo de agradecimiento sobre el planeta que se nos legó tras el anterior diluvio. Creer es una habilidad que nos hace mas humanos, que nos vuelve mejores personas, sobre todo cuando sirve para encontrarle sentido al mundo, para mantener la esperanza en un mundo mejor, o por lo menos, nuevo.

Yo escribo para combatir el escepticismo. Eso también me hace sentirme al margen. Vivo rodeado de inteligentes textos literarios, todos ellos escépticos.  El escepticismo que aunque no lo parezca también es una  creencia –una fe en lo que niega- , no va conmigo: cierra el corazón, seca el alma. Creo en un arte que vivifique y no solamente proteste, que proponga y no solamente retrate, como espero que lo haga esta novela: Se me antoja tan poco inteligentes el extremo del escepticismo como el de la credulidad ciega. ¿Y quien quita? Quizás hasta imaginando descubramos algo. Imaginando se descubrió la teoría de la relatividad, la obra de un gran soñador. Troya era un mito literario Griego y la civilización Sumeria era una leyenda bíblica hasta que Schielmann descubrió la ciudad y lo propio ocurrió con las decenas de poblaciones desenterradas en Mesopotamia. Tal vez algún día encontraremos El Dorado. La literatura es el ejercicio saludable de la imaginación, cuando esta sabe dejar siempre un porcentaje de duda. Y es, en mi opinión, ese elemento, la esperanza, el que principalmente impuso a García Marquez por encima de otros escritores colombianos, en el panorama internacional. ¿No es Cien años de Soledad, a la vez que una denuncia de la opresión, la novela de la esperanza latinoamericana por excelencia? Los prejuicios nihilistas de la novela negra serán vistos, dentro de un siglo, tal vez antes, como un síntoma de lo extraviado que estaba el arte de su verdadero y más profundo propósito.


Por eso me opongo a la novela negra, que me ha inspirado para proponerme un horizonte literario diametralmente, - a la larga, complementario, en dialéctica con eso mismo-. Les decía que lo que he llamado novela blanca. Novela negra es la que se inspira en el mundo profesional del crimen, como la define Raymond Chandler en su ensayo “”El simple arte de matar”. De propositiva que era en el siglo XIX, la novela pasó a ser cínica, satírica desde el siglo XX, caracterizada por un mandamiento implícito: no moralizarás, idealizarás ni insinuarás como escritor que tienes alguna promesa respecto al problema humano, o serás excluido de la historia de la literatura. Hay un gran negocio editorial, hoy en día, fundamentado en nutrir aun más el pesimismo, el fundamentalismo, la música pesada y la caracterización del deterioro ético de un planeta imposible ya de diagnosticar, por lo complejo. Los periódicos amarillistas venden más que los que intentan el equilibrio. La sangre vende. Cualquier negociante literario sabe usar el sexo y la violencia para escalar. Hasta el éxito reciente de los mejor vendidos que ahora se ofrecen en los supermercados es un descendiente directo de la ecuación arte igual crudeza: se compran muy bien las historias de mujeres que piden ser sodomizadas por profesionales del sadismo. Y no voy a decir que nada de esto tenga que prohibirse en el arte, claro que no. Pereo sí puedo proponer que se haga lo contrario, porque es lo que más se necesita.A la novela negra la caracterizan personajes oscuros, lenguaje desafiante, antilirismo en la expresión, descripciones de ambientes degradantes, argumentos violentos, antihéroes, ausencia de personajes moralizantes, individuos derrotados y deliberadamente condenados al fracaso, interés por dibujar los peores aspectos del ser humano y descripciones crudas de hechos abominables.  Todo eso es lo que no quiero imaginar.
Los escritores de los que quiero diferenciarme ven al ser humano como un error garrafal de la naturaleza, un simio que arrastra consigo una baja y esencial motivación moral. Los lectores  de novelas negras, hoy en día, toman como ejemplo de vidas valiosas a los artistas del pasado que no fueron, precisamente, seres felices y armónicos. Me pregunto si el arte puede cumplir, aun en nuestros días, la función de promover una percepción esperanzadora sobre el sentido de la vida humana, función que la literatura negra evidentemente no cumple. Me pregunto qué efecto genera la novela negra. ¿El de la catarsis, que libera, según la poética de Aristóteles? ¿O el de la adaptación a la dureza del entorno? Pero es que Aristóteles hablaba de un afecto liberador que le habían proporcionado grandes obras trágicas. Se trataba de Esquilo, de Sófocles. ¿O también habría incluido El filósofo griego en el abanico de las obras liberadoras algunos textos amarillistas contemporáneos?
Yo busco otros lectores, que busquen otros efectos. Nunca quise pensar que para escribir bien hubiera que morir temprano como Rimbaud, ser alcohólico como Bukowski, o tener problemas mentales como Poe y contraer sífilis como Nietzche.  ¿Me condena esto a no obtener reconocimiento como artista? El problema de una tendencia estética es que se vuelva un monopolio. El premio nobel, por ejemplo,  rara vez se ha dado a escritores que resalten de alguna manera las posibilidades trascendentes de la vida. El galardón ha sido dado rara vez a la literatura de tonalidad “blanca”, como si solamente cuando se trata del género juvenil e infantil una cosmovisión trascendente tuviera cabida: Rabindranath Tagore en 1913, Rudyard  Kipling en 1907, Gabriela Mistral en 1945, Hermann Hesse en 1946, Pablo Neruda en 1971. Ninguno de estos escritores dejó de expresar que sufre, que hay zonas oscuras. Pero fueron afirmativos en vez de quejumbrosos, positivos en vez de  displicentes, creyeron en vez de desistir y no inculcaron la idea de que el tono depresivo era sinónimo de lucidez estética. Sin embargo, la academia sueca no parece haberse caracterizado por resaltar a los que optan por cantarle a la vida. ¿O es que eso es imposible por fuera de la poesía, por fuera de la alegría de la infancia y la confianza de la juventud temprana? ¿Es imposible la novela blanca para públicos adultos? ¿Sólo es posible para el lector infantil o juvenil?

Por milenios ha existido la literatura como canto a la vida. La mujer, con mayor probabilidad  que el hombre, sabrá volver a gestar en las tierras de la novela un nuevo tono que nos levante el ánimo, una espiritualidad afirmativa que supere el panfleto comercial espiritualoso pero reivindique sin embargo la intención de rescatar al lector de la moda gótica, del desaliño de las tribus urbanas. Se necesitan mujeres que prueben que el futuro del superhombre será tener útero y amar la vida por encima de todas las cosas. Pero…¿Puede a veces la novela anunciar un camino que todavía no representan los medios de comunicación, en la venta de una realidad que se compra porque el miedo, el horror y la crueldad consiguen más seguidores que los que quieren amar lo posible, agradecer lo existente, fundar una ética afirmativa que bendiga la vida sobre la tierra?

No llamaría “ambientalista” a mi novela, pero sí podría decir que sigo en ella una estética comprometida ecológicamente, y además centrada en la dimensión de lo humano femenino. Si el pensamiento ecológico deja a un lado la comprensión de lo sagrado en la apreciación poética de la vida, entonces no está pensándose ecológicamente, sino tecnocráticamente y desde una lógica masculina, patriarcal; dejando a un lado los aportes de las culturas nativas pre occidentales y ciertos aportes de las culturas orientales en lo que tienen de matriarcales. Y a propósito, esta no es una novela feminista. El feminismo es a veces solo el reverso de la lógica patriarcal, guerrera, conquistadora, retaliativa, evangelizadora, falocéntrica que la novela critica. Pero sí es una novela sobre el arquetipo de la diosa interior que tanto hombres como mujeres necesitamos despertar. Me inquieta lo que pueda pasar en el siglo XXI. La conciencia colectiva mundial presiente  que de alguna manera no se están haciendo bien las cosas, que un mundo basado en la lógica del sistema bancario internacional, en la mentalidad comercial; no puede resistir mucho tiempo sin colapsar.
La mujer está mas cerca de lograr el contacto con su propio arquetipo maternal, sensible, sagrado. Se le facilita más. Tiene útero. A los hombres la testosterona no nos deja tranquilos. Es sintomático el auge del movimiento gay :indica que hay una movilidad psicológica porque hay una búsqueda de lo femenino, un cierto tedio con la brutalidad patriarcal. En mi caso busco mi propia alma, que según la psicología junguiana es femenina, porque soy hombre; al mismo tiempo que mantengo y me regocijo con mi preferencia sexual por las mujeres. Los hombres le tenemos un pánico profundo al poder de lo femenino, que explica nuestra violencia y nuestra represión hacia ellas, hacia su psiquismo espiritual, hacia su brujil capacidad para relacionarse con la naturaleza. Ese miedo visceral se dirige contra la conciencia de lo sexual, de lo corporal, de lo espiritual; y se manifiesta en una cultura mundial regida por el cerebro masculino de mujeres y hombres que se entretienen en la vanidad del bienestar y el status de una aldea global en la que el poder lo tiene el dinero y no la reverencia por lo sagrado.

La mujer también tiene su sombra, que es igual de peligrosa que la del hombre. Estoy investigando en esto. Creo que mi próxima novela tendrá relación con la vanidad obsesiva por la propia imagen, el miedo a perder al ser amado , la envidia y los celos con su propio género; y la sensación de indefensas, que es la sombra de las mujeres. La obsesión de los hombres por conquistar, dominar, fanatizar, evangelizar, imponerse; es su peor sombra. Es la sombra del falo. No hay nada mas bello que una mujer que encontró a su hombre interior, ni a un hombre que logró el matrimonio con su mujer interna. Están en paz y se merecen la visa para vivir en este planeta.

No concibo ni la filosofía ni la creación Literaria, ni la investigación humanística sin un horizonte propositivo. Ya es hora de confesar que hiperdiagnosticar no sirve : ahora hay que proponer cambios ideológicos, políticos y económicos, filosóficos y sicológicos. Pero sin un viaje interior al propio corazón no servirían de nada esas excursiones. Hay que ir hacia adentro. Y hacer ese viaje es un asunto personal, nadie lo puede hacer por ti. Tal vez una crisis mundial nos ayudaría, nos mostraría que eso es indispensable. Ojalá sea cierto que eso pueda ocurrirle pronto a miles de individuos, como en una  epidemia colectiva de amor. Pero dudo que le ocurra a millones, no lo sé. Y siempre existe el peligro de que una nueva religión mundial creyera que tiene la respuesta y entráramos en una nueva edad media pero con medios masivos de comunicación, eso sería igual de terrible. En cierta manera estamos en un momento parecido al de los orígenes del cristianismo :los grandes imperios se derrumban, la gente busca respuestas desesperadamente; y el fanatismo ideológico pulula como contrapeso.


Hacer una novela es por necesidad expresar una sensibilidad social y , aunque implícitamente, es hacer una propuesta. Pero yo no propongo estar contra algo o alguien sino a favor de nuevos valores. Esa nueva cultura está por formarse, estamos crudos en ello, pero  tiene que ver con caminar juntos hacia el horizonte incierto de los valores femeninos reprimidos por el patriarcado. Cada vez que trato de no pensar, hablar o actuar de manera parcializada estoy siendo ecológico. Cada vez que lo intento tengo en cuenta la totalidad, no solo mis propios beneficios. Y no es fácil. Es tan difícil que se comprende mejor con el arte que con la ciencia, con la literatura que con la filosofía, con la poesía que con la prosa. Una novela como la que escribí, quizás ahonda en el misterio, gracias a un trabajo simbólico. Seres translúcidos, andróginos, lecciones de olvido,  submarinos llenos de utopistas que se quedan congelados en los mares durante cientos de miles de años, una ciudadela hundida bajo el océano, habitada desde las vísperas de la androlatría cultural por  mujeres que se refugiaron de la violencia de la mente y de la agresividad de los hombres, cantos de las abuelas legados por generaciones, delfines, viajes de transformación interior inducidos mediante brebajes selváticos, que llevan a un hombre a épocas míticas, profecías hechas por una especie de gitana a un futuro líder en un restaurante de Villa de Leyva, aves prehistóricas,  materias terrestres hechas de plasmas impensables para los lerdos humanos, todo esto se tejió en una red que yo mismo no sé interpretar, aunque lo haya sabido escribir. Pero solamente fui el amanuense, porque el inconsciente hizo su trabajo por encima de mis propias agendas, a pesar de mis propias objeciones al transcurso del relato y a las características de los personajes. Y eso es lo que me sorprendió y lo que espero que sorprenda al lector que me quiera honrar leyendo el texto.

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