Narrativa ecologista y novela blanca en “Esta Isla de
Ecos Azules”
Por Fernando Baena Vejarano
“Pero el orbe novelístico es el mundo de los deseos,
de los sueños e ilusiones, de la realidad que no fue o no pudo ser: siempre un
poco la inversa del mundo cotidiano; siempre un poco la tendencia a realizar lo
contrario de lo que nos rodea. De ese modo, en el siglo del orden burgués
proclamó el desorden y la anarquía, y héroes como Raskólnikov pusieron bombas
debajo de los puentes y vías de comunicación de la hipócrita sociedad en que
sufrían. Pero ahora, cuando las guerras totales y los totalitarismos nos han
traído el caos universal, la novelística busca inconscientemente una nueva
tierra de esperanza, una luz en medio de las tinieblas, una tierra firme en medio
de la gigantesca inundación. Se ha destruido demasiado. Y cuando lo real es la
destrucción, lo novelesco no puede ser sino la construcción de alguna nueva
fe”.
Ernesto Sábato, “El escritor y sus fantasmas”
En un taller de cantos
ancestrales y arquetipos femeninos, hice por solicitud de Juliana Gonzales, una impecable escritora
y maestra, un corto párrafo sobre un tema mítico. Hay que cuidarse de dar
pequeños pasos, de echar a rodar bolas de nieve, porque se pueden volver
avalanchas. En este caso, las palabras que rodaron y empujaron a otras y a
otras más, destruyendo hábitos y resignificando mi visión del mundo, se
terminaron gestando como una novela. Escrita en el año 2012, “Esta Isla de Ecos
Azules” abrió una etapa de producción literaria que no me propuse iniciar, ni
he podido refrenar desde entonces.
Desde adolescente me
fascinaba el misterio del mar, me
extrañaba que la gente se identificara en primer lugar con
su país o su partido político o deportivo, -y solamente en tercer lugar con
este planeta, nuestro hogar verdadero- , y me dolía ver a nuestra “Tierra
Patria” –como la llama Edgar Morin- en manos de intereses comerciales y
mentalidades mercantilistas. También desde que recuerdo he presentido que la
mujer tiene secretos que podrían rescatarse para salvarnos de la hecatombe.
Pero no sabía que estos ingredientes podrían convertirse, sin que tuviese
voluntad para oponerme, en una especie de saga sobre la salvación, o
destrucción, de la especie humana, en una especie de carta que me terminé
dirigiendo a mí mismo, para reabrir mi sensibilidad hacia la vida. Una mujer que se comunicaba con los cetáceos se
comunicó conmigo, me obligó a convertirla en un personaje de novela y a viajar
con un extraño grupo filantrópico que afrontaba el cambio climático. Me puso en
situaciones futuristas sobre el papel y el destino del ser
humano en la nueva tierra. Me llevó a
descubrir a un grupo de escogidos y a una civilización secreta de mujeres
que intentaban rescatar al planeta de su
crisis ecológica, a seguirle los pasos a un hombre que –cosa excepcional-
valoró el poder uterino de la vida mediante un trance que lo llevó a
conocer los orígenes del mundo. Se me reveló, mejor que como lo tenía
filosóficamente teorizado, el tenebroso carácter del orden patriarcal mundial,
y le hice guiños de admiración a las sabidurías ancestrales. Terminé plasmando como narración literaria mis críticas filosóficas a la
racionalidad científica, a la lógica de la productividad, al monopolio de la
evaluación costo/beneficio en todas las áreas de la vida, a la terca actitud de pensar en la naturaleza como
un recurso a disposición del ser humano en vez de percibir a la madre tierra como una entidad con
derechos. Proclamé , obligado por el corazón de la Tierra, ya no los derechos
humanos, sino los derechos de todos los seres vivos y de su gran matriz
sagrada. Y todo por dar un pequeño
paso, por escribir un pequeño mito sobre
uno de los arquetipos de la diosa.
No sabría cómo
clasificar mi novela. Tampoco es mi rol como escritor hacerlo, no soy crítico
literario. Mi función no es evaluar, en términos de la historia de la
literatura, la pertinencia de mi texto. Soy escritor: lo mío es contar una
historia. Pero no me inquieta menos investigar quien está escribiendo obras
parecidas a la mía y que me aportan ellas o que les aporto yo.
No me parece tarea fácil , sin embargo, autoclasificar mi narración. No es ciencia
ficción, no es novela histórica y no es ficción histórica estrictamente hablando.
Intentando comprender lo que escribo, produje algunos textos en el año 2016,
mientras terminaba mi Maestría en Creación Literaria en la Universidad Central,
sobre lo que quise bautizar “Novela Blanca”, para referirme a las que desde
entonces he escrito. Parezco incapaz de reducir mi mirada literaria a temas coyunturales e históricos de la
realidad colombiana, aunque mis personajes
reflejen a veces, de manera lateral, asuntos de mi país. Escribí, eso sí, el texto, porque sentí la compulsión de decir algo, es una
responsabilidad que siento hacia la vida, es lo mínimo que puedo hacer como
habitante de este planeta cuando veo cómo matan a palazos a los delfines
en Japón o acaban con nuestras faunas y
floras en los páramos de Colombia las empresas mineras. Y no sabría confesarme seguidor de otros tipos de
textos similares, a los que me he
aproximado luego, y no antes, de la escritura de esta novela. Por aquello de
las ballenas y el amor por los mares australes es entretenido revisar a
Francisco Coloane, a Melville, a Julio Verne y a Conrad; por supuesto. De
Coloane suena mucho “los conquistadores de la Antártida”, pero no hay
pensamiento antipatriarcal ni ecologismo allí. Luis Sepúlveda, mas
contemporáneo, Chileno, tiene buenos relatos ecológicos, o más exactamente,
ambientalistas. Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel,
francés, tiene un toque existencialista que combina con una gran admiración por
las culturas no occidentales. Dicen que de él es bueno leer “Urania”. Y Celso Román, por supuesto, es un
reconocido escritor que transpira conciencia ecológica en cada una de sus
narraciones para niños. Pero mi novela
no es ambientalista, ni está explícitamente dirigida al público
Infantil, -como las del Celso- (aunque no sería mala idea hacer una versión
juvenil y otra infantil de la misma).
El escenario de
esta novela ecologista es, en realidad, como
en casi todas las otras que me han sentado ante el teclado, el mundo. Las
literaturas nacionales me parecen cada vez menos agudas cuando intentan ocurrir
en un mundo provincial, no globalizado.
Para bien o para mal ahora somos red y en unidad es como son las
cosas. No es una novela nacional.
Tengo una óptica espiritual, pero evité hasta donde pude poner mi texto
al servicio de algún tipo de consejería, o de confundir lectores con adeptos. Tampoco tuve pudor para enviar
un mensaje al lector, pero espero no haberla convertido en una obra con
moraleja. No es una obra metafísica autobiográfica, ni un texto de especulación
documental, ni mis personajes, que son épicos hasta cierto punto, se portan
como héroes idealizados, al estilo de una saga juvenil. Creo que no. Mi novela
le exige al lector que que se plantee preguntas metafísicas y enigmas oceanográficos.
Tal vez sea una obra precursora.
¿Calificaré como
“ecológica” o “ecologista” a esta obra? Es la primera novela que produje
después de casi 20 años de silencio literario. Al igual que en la que vino
después, llamada “lo más íntimo de la Tierra”, que es una novela pedagógica
sobre la historia oculta de este planeta y de la evolución humana, en “Esta Isla de Ecos Azules” me apasiono por
lo que podría llamarse “geografía sagrada”. ¿Cuáles sitios hay, que queden aun
por explorar, hoy, en pleno siglo XXI? ¿El fondo delo smares? ¿El interior
terrestre? ¿Una isla desconocida? La esperanza romántica de esa pregunta, es
que quede todavía alguna zona blanca en alguna parte , que no esté manchada de
petróleo, chips, y dólares.
Me divierte
investigar, no para preguntarme si es una verdad científica, sino para tener
excusas literarias, todo lo que tenga que ver con líneas de energía,
localización de ruinas arqueológicas famosas, lugares secretos de valor para
los pueblos de la antigüedad, civilizaciones perdidas, hundidas y ocultas, etc.
Y uno de esos temas que se me quedó pegado a la imaginación fue el de las
veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, a quien leía con
vehemencia en mi biblioteca escolar, ya desde la preadolescencia.
Junto a la
geografía sagrada, que me gusta creer que existe, me divierte pensar en la
historia oculta, pasada y futura, de la humanidad. Hay que ir más hacia atrás de
la historia oficial que nos contaron, por el puro ejercicio de romper el
paradigma para posibilitar percepciones nuevas. En esta novela, me he
preguntado cómo habrán sido las sociedades prepatriarcales, porque toda la
historia conocida es la épica
autoproclamada del patriarcado. Patriarcado egipcio, el que ocupó a los
eruditos mecenados por el emperador Napoleón. Patriarcas aristócratas ingleses
y europeos, los que nos contaron con perspectiva patriarcal sus colonizaciones
de los demás continentes, sus versiones sobre
el medio oriente y África, o sobre las
ruinas mayas. ¿Pero cómo habría sido una civilización prepatriarcal?¿Existieron
la Atlántida y la lemuria? Que existan, sí, para la literatura fantástica, que
es el único escapismo que nos queda para confrontar la pequeñez mediática del
planeta, y la asfixia de la realidad
hipervigilada que nos controla.
Vi que la
historia oculta, la geografía oculta y la invisibilización de la mujer estaban
muy ligadas. Uní la aventura del Nautilius, que reposaba en mi memoria de largo
plazo, con el misterio de lo femenino,
que me ha intrigado desde antaño. No supe cómo, y cada capítulo exigió otro
más, que pidió un tercero. Y resulté novelista nuevamente, ahora ya no de dos,
sino de seis obras, que le guardan la gratitud que se le debe a una madre, a
esta, la novela ecologista que hoy les comparto.
Las preguntas
que no nos podrá resolver nunca la ciencia, que nos las invente el arte. Son
las mismas que me hago en “El despertar del Colibrí”, mi última novela
publicada, premiada en un concurso interino de un taller de novela corta del
Fondo de Cultura Económica, o en “Reloj de una Misma Arena”, la novela con la
que obtuve mi maestría en la Universidad Central.¿Habrá una tercera guerra
mundial? ¿Ha tenido sentido todo el sufrimiento que la humanidad ha padecido?
¿Forma parte de la evolución del ser humano algún tipo de reestructuración
psicológica de los hombres y de las mujeres, que nos aleje de las caricaturas
de lo femenino y de lo masculino tan ligadas al carácter depredatorio,
beligerante y antiecológico de la humanidad presente ¿Hubo civilizaciones más
espirituales y sabias, y qué debemos aprender de ellas? ¿Hay vida en otros
planetas u otros seres inteligentes no humanos que puedan surgir de las cenizas
de la civilización?
Mi novela corre
por las venas de todas estas preguntas, intentando creer , literariamente, en
las respuestas; porque a falta de certezas, buenas son crencias lectoras o
poéticas. Necesitamos un mito que nos saque del abismo. Algún mito sobre la nueva creación que se
necesite cuando nos hundamos los descendientes de los tripulantes del arca de Noé, quienes obviamente no hemos
hecho un trabajo de agradecimiento sobre el planeta que se nos legó tras el
anterior diluvio. Creer es una habilidad que nos hace mas humanos, que nos
vuelve mejores personas, sobre todo cuando sirve para encontrarle sentido al
mundo, para mantener la esperanza en un mundo mejor, o por lo menos, nuevo.
Yo escribo para
combatir el escepticismo. Eso también me hace sentirme al margen. Vivo rodeado
de inteligentes textos literarios, todos ellos escépticos. El escepticismo que aunque no lo parezca
también es una creencia –una fe en lo que niega- , no va conmigo: cierra
el corazón, seca el alma. Creo en un arte que vivifique y no solamente
proteste, que proponga y no solamente retrate, como espero que lo haga esta
novela: Se me antoja tan poco inteligentes el extremo del escepticismo como el
de la credulidad ciega. ¿Y quien quita? Quizás hasta imaginando descubramos
algo. Imaginando se descubrió la teoría de la relatividad, la obra de un gran
soñador. Troya era un mito literario Griego y la civilización Sumeria era una
leyenda bíblica hasta que Schielmann descubrió la ciudad y lo propio ocurrió
con las decenas de poblaciones desenterradas en Mesopotamia. Tal vez algún día
encontraremos El Dorado. La literatura es el ejercicio saludable de la
imaginación, cuando esta sabe dejar siempre un porcentaje de duda. Y es, en mi
opinión, ese elemento, la esperanza, el que principalmente impuso a García
Marquez por encima de otros escritores colombianos, en el panorama internacional.
¿No
es Cien años de Soledad, a la vez que una denuncia de la opresión, la novela de
la esperanza latinoamericana por excelencia? Los prejuicios nihilistas de la
novela negra serán vistos, dentro de un siglo, tal vez antes, como un síntoma
de lo extraviado que estaba el arte de su verdadero y más profundo propósito.
Por eso me
opongo a la novela negra, que me ha inspirado para proponerme un horizonte
literario diametralmente, - a la larga, complementario, en dialéctica con eso
mismo-. Les decía que lo que he llamado novela blanca. Novela negra es la que se inspira en el mundo profesional del crimen,
como la define Raymond Chandler en su ensayo “”El simple arte de
matar”. De propositiva que era en el siglo XIX, la novela pasó a ser cínica, satírica
desde el siglo XX, caracterizada por un mandamiento implícito: no moralizarás,
idealizarás ni insinuarás como escritor que tienes alguna promesa respecto al
problema humano, o serás excluido de la historia de la literatura. Hay un gran
negocio editorial, hoy en día, fundamentado en nutrir aun más el pesimismo, el
fundamentalismo, la música pesada y la caracterización del deterioro ético de
un planeta imposible ya de diagnosticar, por lo complejo. Los periódicos
amarillistas venden más que los que intentan el equilibrio. La sangre vende.
Cualquier negociante literario sabe usar el sexo y la violencia para escalar.
Hasta el éxito reciente de los mejor vendidos que ahora se ofrecen en los
supermercados es un descendiente directo de la ecuación arte igual crudeza: se
compran muy bien las historias de mujeres que piden ser sodomizadas por
profesionales del sadismo. Y no voy a decir que nada de esto tenga que
prohibirse en el arte, claro que no. Pereo sí puedo proponer que se haga lo
contrario, porque es lo que más se necesita.A la novela negra la caracterizan
personajes oscuros, lenguaje desafiante, antilirismo en la expresión,
descripciones de ambientes degradantes, argumentos violentos, antihéroes,
ausencia de personajes moralizantes, individuos derrotados y deliberadamente
condenados al fracaso, interés por dibujar los peores aspectos del ser humano y
descripciones crudas de hechos abominables. Todo eso es lo que no quiero imaginar.
Los escritores de
los que quiero diferenciarme ven al ser humano como un error garrafal de la
naturaleza, un simio que arrastra consigo una baja y esencial motivación
moral. Los lectores de novelas negras, hoy en día, toman como
ejemplo de vidas valiosas a los artistas del pasado que no fueron,
precisamente, seres felices y armónicos. Me pregunto si el arte puede cumplir,
aun en nuestros días, la función de promover una percepción esperanzadora sobre
el sentido de la vida humana, función que la literatura negra evidentemente no
cumple. Me pregunto qué efecto genera la novela negra. ¿El de la catarsis, que
libera, según la poética de Aristóteles? ¿O el de la adaptación a la dureza del
entorno? Pero es que Aristóteles hablaba de un afecto liberador que le habían
proporcionado grandes obras trágicas. Se trataba de Esquilo, de Sófocles. ¿O
también habría incluido El filósofo griego en el abanico de las obras
liberadoras algunos textos amarillistas contemporáneos?
Yo busco otros
lectores, que busquen otros efectos. Nunca quise pensar que para escribir bien
hubiera que morir temprano como Rimbaud, ser alcohólico como Bukowski, o tener problemas
mentales como Poe y contraer sífilis como Nietzche. ¿Me condena esto a no obtener reconocimiento
como artista? El problema de una tendencia estética es que se vuelva un
monopolio. El premio nobel, por ejemplo, rara vez se ha dado a escritores que resalten
de alguna manera las posibilidades trascendentes de la vida. El galardón ha
sido dado rara vez a la literatura de tonalidad “blanca”, como si solamente
cuando se trata del género juvenil e infantil una cosmovisión trascendente
tuviera cabida: Rabindranath Tagore en 1913, Rudyard Kipling en 1907,
Gabriela Mistral en 1945, Hermann Hesse en 1946, Pablo Neruda en 1971. Ninguno
de estos escritores dejó de expresar que sufre, que hay zonas oscuras. Pero
fueron afirmativos en vez de quejumbrosos, positivos en vez de
displicentes, creyeron en vez de desistir y no inculcaron la idea de que el
tono depresivo era sinónimo de lucidez estética. Sin embargo, la academia sueca
no parece haberse caracterizado por resaltar a los que optan por cantarle a la
vida. ¿O es que eso es imposible por fuera de la poesía, por fuera de la
alegría de la infancia y la confianza de la juventud temprana? ¿Es imposible la
novela blanca para públicos adultos? ¿Sólo es posible para el lector infantil o
juvenil?
Por milenios ha
existido la literatura como canto a la vida. La mujer, con mayor probabilidad
que el hombre, sabrá volver a gestar en las tierras de la novela un nuevo
tono que nos levante el ánimo, una espiritualidad afirmativa que supere el
panfleto comercial espiritualoso pero reivindique sin embargo la intención de
rescatar al lector de la moda gótica, del desaliño de las tribus urbanas. Se
necesitan mujeres que prueben que el futuro del superhombre será tener útero y
amar la vida por encima de todas las cosas. Pero…¿Puede a veces la novela
anunciar un camino que todavía no representan los medios de comunicación, en la
venta de una realidad que se compra porque el miedo, el horror y la crueldad
consiguen más seguidores que los que quieren amar lo posible, agradecer lo
existente, fundar una ética afirmativa que bendiga la vida sobre la tierra?
No llamaría
“ambientalista” a mi novela, pero sí podría decir que sigo en ella una estética
comprometida ecológicamente, y además centrada en la dimensión de lo humano
femenino. Si el pensamiento ecológico deja a un lado la comprensión de lo
sagrado en la apreciación poética de la vida, entonces no está pensándose
ecológicamente, sino tecnocráticamente y desde una lógica masculina,
patriarcal; dejando a un lado los aportes de las culturas nativas pre
occidentales y ciertos aportes de las culturas orientales en lo que tienen de
matriarcales. Y a propósito, esta no es una novela feminista. El feminismo es a
veces solo el reverso de la lógica patriarcal, guerrera, conquistadora,
retaliativa, evangelizadora, falocéntrica que la novela critica. Pero sí es una
novela sobre el arquetipo de la diosa interior que tanto hombres como mujeres
necesitamos despertar. Me inquieta lo que pueda pasar en el siglo XXI. La
conciencia colectiva mundial presiente
que de alguna manera no se están haciendo bien las cosas, que un mundo
basado en la lógica del sistema bancario internacional, en la mentalidad
comercial; no puede resistir mucho tiempo sin colapsar.
La mujer está mas cerca
de lograr el contacto con su propio arquetipo maternal, sensible, sagrado. Se
le facilita más. Tiene útero. A los hombres la testosterona no nos deja
tranquilos. Es sintomático el auge del movimiento gay :indica que hay una
movilidad psicológica porque hay una búsqueda de lo femenino, un cierto tedio
con la brutalidad patriarcal. En mi caso busco mi propia alma, que según la
psicología junguiana es femenina, porque soy hombre; al mismo tiempo que mantengo
y me regocijo con mi preferencia sexual por las mujeres. Los hombres le tenemos
un pánico profundo al poder de lo femenino, que explica nuestra violencia y
nuestra represión hacia ellas, hacia su psiquismo espiritual, hacia su brujil
capacidad para relacionarse con la naturaleza. Ese miedo visceral se dirige
contra la conciencia de lo sexual, de lo corporal, de lo espiritual; y se
manifiesta en una cultura mundial regida por el cerebro masculino de mujeres y
hombres que se entretienen en la vanidad del bienestar y el status de una aldea
global en la que el poder lo tiene el dinero y no la reverencia por lo sagrado.
La mujer también tiene
su sombra, que es igual de peligrosa que la del hombre. Estoy investigando en
esto. Creo que mi próxima novela tendrá relación con la vanidad obsesiva por la
propia imagen, el miedo a perder al ser amado , la envidia y los celos con su
propio género; y la sensación de indefensas, que es la sombra de las mujeres.
La obsesión de los hombres por conquistar, dominar, fanatizar, evangelizar,
imponerse; es su peor sombra. Es la sombra del falo. No hay nada mas bello que
una mujer que encontró a su hombre interior, ni a un hombre que logró el
matrimonio con su mujer interna. Están en paz y se merecen la visa para vivir
en este planeta.
No concibo ni la
filosofía ni la creación Literaria, ni la investigación humanística sin un
horizonte propositivo. Ya es hora de confesar que hiperdiagnosticar no sirve : ahora
hay que proponer cambios ideológicos, políticos y económicos, filosóficos y
sicológicos. Pero sin un viaje interior al propio corazón no servirían de nada
esas excursiones. Hay que ir hacia adentro. Y hacer ese viaje es un asunto
personal, nadie lo puede hacer por ti. Tal vez una crisis mundial nos ayudaría,
nos mostraría que eso es indispensable. Ojalá sea cierto que eso pueda
ocurrirle pronto a miles de individuos, como en una epidemia colectiva de amor. Pero dudo que le
ocurra a millones, no lo sé. Y siempre existe el peligro de que una nueva
religión mundial creyera que tiene la respuesta y entráramos en una nueva edad
media pero con medios masivos de comunicación, eso sería igual de terrible. En
cierta manera estamos en un momento parecido al de los orígenes del
cristianismo :los grandes imperios se derrumban, la gente busca respuestas
desesperadamente; y el fanatismo ideológico pulula como contrapeso.
Hacer una novela es por
necesidad expresar una sensibilidad social y , aunque implícitamente, es hacer
una propuesta. Pero yo no propongo estar contra algo o alguien sino a favor de
nuevos valores. Esa nueva cultura está por formarse, estamos crudos en ello,
pero tiene que ver con caminar juntos
hacia el horizonte incierto de los valores femeninos reprimidos por el
patriarcado. Cada vez que trato de no pensar, hablar o actuar de manera
parcializada estoy siendo ecológico. Cada vez que lo intento tengo en cuenta la
totalidad, no solo mis propios beneficios. Y no es fácil. Es tan difícil que se
comprende mejor con el arte que con la ciencia, con la literatura que con la
filosofía, con la poesía que con la prosa. Una novela como la que escribí,
quizás ahonda en el misterio, gracias a un trabajo simbólico. Seres
translúcidos, andróginos, lecciones de olvido,
submarinos llenos de utopistas que se quedan congelados en los mares
durante cientos de miles de años, una ciudadela hundida bajo el océano,
habitada desde las vísperas de la androlatría cultural por mujeres que se refugiaron de la violencia de
la mente y de la agresividad de los hombres, cantos de las abuelas legados por
generaciones, delfines, viajes de transformación interior inducidos mediante
brebajes selváticos, que llevan a un hombre a épocas míticas, profecías hechas
por una especie de gitana a un futuro líder en un restaurante de Villa de
Leyva, aves prehistóricas, materias
terrestres hechas de plasmas impensables para los lerdos humanos, todo esto se
tejió en una red que yo mismo no sé interpretar, aunque lo haya sabido
escribir. Pero solamente fui el amanuense, porque el inconsciente hizo su
trabajo por encima de mis propias agendas, a pesar de mis propias objeciones al
transcurso del relato y a las características de los personajes. Y eso es lo
que me sorprendió y lo que espero que sorprenda al lector que me quiera honrar
leyendo el texto.
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